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Jesús Guridi Bidaola

Sabin SALABERRI

Se cumple este año el 125 aniversario del nacimiento y 50 de la muerte de Jesús Guridi, uno de los músicos más eminentes que ha dado Euska Herria. Como escribía Alberto Ansola, Diputado General de Álava, en las páginas de presentación del librito “Jesús Guridi”, escrito en 1992 por Pablo Bilbao Arístegui para la colección “Los Alaveses”, “nuestro admirado Jesús Guridi abordó durante varias décadas numerosas disciplinas musicales desde la sinfonía a la zarzuela, pasando por la ópera o la composición cinematográfica, sin olvidar nunca las que quizás fueron sus más sentidas facetas, la de significado organista y la creación y adaptación de la canción popular vasca”.

La familia

El mismo año en que moría Ferenc Liszt, 1886, nacieron Juan Guisasola, Gregorio Arziniega, Pedro San Juan, José Gonzalo Zulaika (Aita Donostia) José Franco y Jesús Guridi. Todos ellos llegarían a ser eminentes representantes de la música vasca. Un año más tarde vino al mundo Joshemari Usandizaga, compañero y amigo íntimo de Guridi.

Guridi nació el 25 de septiembre en el número 36 de la vitoriana calle de Florida. Fue bautizado en la parroquia de San Miguel Arcángel con el complejo nombre de Jesús Luis Formerio. Sus antecedentes se repartían por laos cuatro territorios vasco-navarros. Su padre, Lorenzo Guridi Area, era de Gernika y su madre, Trinidad Bidaola Ledesma, de Pamplona. El abuelo paterno, Xabier Guridi, era de Arrasate-Mondragón y la abuela Nicasia Area, de Vitoria-Gasteiz. Por la rama materna, Luis Bidaola era de Segura y Celestina Ledesma, de Tafalla. Así, Guridi llevaba en sus venas sangre de las “Cuatro Provincias”.

Por otra parte, había semillas musicales entre sus antecesores. Su bisabuelo Nicolás Ledesma, fue en el siglo XIX organista y maestro de capilla en la basílica de Santiago de Bilbao. La hija de Nicolás, Celestina Ledesma, siguió los pasos de su padre y fue compositor y profesora de piano. El marido de ésta, Luis Bidaola, sucedió a su suegro en el órgano de la basílica de Santiago de Bilbao. Siguiendo la tradición familiar, Trinidad Bidaola, madre de Guridi, excelente pianista, se casó con Lorenzo Guridi, violinista aventajado. Es evidente que la vocación musical le venía de familia a Jesús Guridi. ¿Pero quién podía suponer entonces que, con el tiempo, llegaría a ejercer en la parroquia de Santiago de Bilbao el puesto de organista que anteriormente habían ocupado su bisabuelo Nicolás Ledesma y su abuelo Luis Bidaola?

Despertar del músico

Guridi mostró desde su infancia unas excelentes condiciones musicales. Aprendió las primeras nociones con sus padres, esto es, sin salir de casa. Tenía una aptitud especial para el piano. A los cinco años comenzó a emborronar con sus ideas musicales los pentagramas del papel pautado.

No vivió mucho tiempo en Vitoria. Siendo todavía muy niño, la familia se mudó a Zaragoza, y, poco después, a Madrid. En esas ciudades recibió su primera escolarización. Pero, mientras aprendía otras materias, no abandonó su afición a la música. En Madrid tuvo la suerte de tropezar con el experimentado profesor de armonía Valentin Arin, de Ordizia. Pronto dominó los mimbres de la escritura musical y a los once años, un mocoso todavía, ya había escrito algunas obritas. Los Guridi conocían al afamado barítono Emilio García Soler, quien, al comprobar la inspiración de Guridi, le pidió una composición. Guridi compuso una hermosa romanza, que, parece ser, García Soler solía cantar con frecuencia. No solo eso: llevó con asiduidad al chaval al teatro “Apolo”. Alli surgió, sin lugar a dudas, la inclinación de Guridi hacia la zarzuela y la ópera.

Bilbao

Con el paso del siglo, los Guridi abandonaron Madrid para volver a Bilbao, donde el ser descendiente de Ledesma tenía su importancia: la capital vizcaína conservaba enciendo el recuerdo del viejo maestro Lorenzo Guridi encontró un atril en la orquesta del Teatro Arriaga y las puertas de la villa se fueron abriendo a la familia.

Lorenzo Guridi encontró un buen amigo en la orquesta: Lope de Alaña, violinista y fundador de la Sociedad de Cuartetos de Bilbao. Este emprendedor artista tomó a Jesús como ahijado y le inició en la música con seriedad. Lo contaba el propio Guridi: “Entre mis remotos e inolvidables recuerdos se encuentra... don Lope de Alaña. Yo solía ir a visitarle en su oficina... para consultarle sobre la composición que en aquel momento tenía entre manos o, simplemente, para comentar algún concierto bueno de la Filarmónica...

(Conmigo) venía también Pepe Orueta. Acudíamos para que don Lope nos diera la lección... con nuestras cajitas de violín, que entonces eran como pequeños ataúdes”.

Concertista y compositor precoz

Jesus Guridi Bidaola

Jesus Guridi.

Lope de Alaña introdujo a aquel muchachito, a quien tanto estimaba en “El Cuartito”, refugio, situado en la entreplanta del n° 8 del Arenal, donde se reunían diariamente los más destacados personajes del mundo de la cultura bilbaina: el Conde de Zubiria, Juan Cortazar, Jose Sainz Basabe, Alfredo Etxabe, Javier Arisketa, Leon Urriza etc. Allí celebraban sesiones sobre temas de cultura en general y de música en particular.

Jesús Guridi sólo tenía doce años, cuando entró en este cenáculo de la mano de Lope de Alaña. Además de un clima musical apropiado, Guridi encontró una protección muy estimable. Para aquella notable audiencia tocó al piano obras propias, que ya denotaban al que luego sería compositor de fama: la casa “Breitkopf & Härtel” de Leipzig publicaría más tarde algunas de estas hermosas composiciones en la colección titulada Quatorce morceaux pour piano.

En aquel “cuartito” encontró Guridi, entre otras personalidades, a José Sainz Basabe, que tanto influiría luego en su actividad profesional. Sainz Basabe era de ascendencia alavesa y había cantado de tiple en el coro de la vitoriana parroquia de San Pedro. Tras formarse musicalmente en Madrid y Roma, se afincó en Bilbao, donde se hizo amigo de Nicolas Ledesma, bisabuelo de Guridi. Fue él quien fundó y dirigió en los años treinta la Banda Municipal de Música de Bilbao; al mismo tiempo enseñó en la Academia y el Conservatorio Municipal de Música y dirigió este último centro desde 1924 hasta 1948. Cuando conoció a Guridi y comprobó sus excelentes cualidades artísticas, además de protegerle e instruirle, le organizó conciertos en el Instituto Vizcaino.

Guridi, como queda dicho, halló en “El Cuartito” un clima inmejorable y unos maestros generosos. Lope de Alaña y Sainz Basabe, entre otros, le buscaron oportunidades para mostrar sus condiciones de pianista y compositor.

Todos los años se celebraban conciertos en la Academia Filarmónica con ocasión de la festividad de Santa Cecilia. Juan Carlos Cortázar pidió a Guridi que compusiera una canción, para la que cantase el coro de la Academia en uno de estos conciertos. “Hazla libremente; no te preocupes más que de la música; yo pondré la letra después”. De esta forma nació el primer borrador de Así cantan los chicos.

A principios de siglo se celebraron en Bilbao unos “Juegos Florales” bajo la presidencia de Miguel de Unamuno. En el apartado musical Jesús Guridi, sin haber cumplido aún 14 años, ganó el Premio “Plácido Allende” con su obra Txalupan para canto y piano.

La Sociedad Filarmónica de Bilbao organizó un concierto en enero de 1901 en el Salón de Actos del Instituto Vizcaino, para presentar “al joven compositor y pianista Jesús Guridi, hijo del profesor de la Orquesta de Teatro Arriaga, Lorenzo Guridi”. Dos semanas más tarde diría Resurrección Mª Azkue, al finalizar su conferencia sobre “La música popular vascongada”: Entre los artistas de mañana, en quien especialmente tengo concertadas mis esperanzas es ese portentoso niño, espléndido regalo de la Musas, que en fecha muy reciente nos dejo asombrados”.

Tras el éxito, el concierto se repitió de nuevo Bilbao y luego en San Sebastián.

Estudios europeos

Músico joven, apreciado por todos y con gran porvenir, Jesús Guridi se dirigió a París con la ayuda de Tomás Zubiria, para estudiar en la prestigiosa “Schola Cantorum” de la capital francesa. Vincet D’Indy era profesor y director del centro; a sus clases asistían con Jesús Guridi, otros dos vascos notables: Azkue y Usandizaga: El vitoriano profundizó los estudios de piano, armonía y contrapunto; y, a destacar, allí surgió su afición al órgano, que más adelante sería su profesión principal. Estudió con ahínco; no encontraba tiempo para leer y analizar partituras y para absorber los pormenores de la instrumentación. Su examen de composición fue el mejor de la Escuela y mereció las alabanzas de D’Indy, que tocó tres veces la obra ante los alumnos, asegurando que era mucho mejor que las demás obras presentadas.

Tras superar la etapa de Paris, Guridi, todavía en edad de aprender, se dirigió a Bélgica y luego a Alemania. Quería beber la sabiduría de dos maestros de máximo nivel, sugeridos por Azkue: Joseph Jongen y Otto Neitzel.

Joseph Jongen era director del Conservatorio de Bruselas y tenía merecida fama como compositor y organista. De gran personalidad al escribir, mostraba un sólido autodominio y esquivaba las tendencias del momento. Guridi amplió con él sus conocimientos de órgano y de composición. Parece ser que el gran violinista belga Eugène Ysaye, amigo de Sarasate, le animó a componer Elegia. De aquel momento son también uno de los cuartetos de cuerda, Paysage, Nostalgia y Fantasia.

El siguiente paso de Guridi fue Alemania, para trabajar la instrumentación en Colonia con Otto Neitzel. Este profesor era muy especial, le gustaba dar sus clases al aire libre. Sus consejos fueron valiosos para Guridi. Solían ir juntos a Munich y Baireuth, a presenciar en toda su autenticidad las óperas de Wagner. Las aptitudes de Guridi para el teatro se afianzaban.

De nuevo en Bilbao

Al regresar de sus estudios, los amigos de “El Cuartito” de Bilbao recibieron a Guridi como a un triunfador. Fue primeramente organista en la parroquia de los Santos Juanes y luego sucedió a su abuelo Luis Bidaola y a su bisabuelo Nicolás Ledesma en el órgano de la basílica de Santiago. Pronto superó a sus antecesores, asombrando a los oyentes con sus improvisaciones. Aceptó la dirección de la “Sociedad Coral”, a la que imprimió nuevo empuje, enriqueciendo su repertorio con nuevas canciones sobre temas populares. La mejoría fue notoria y, como consecuencia, la Coral consiguió una clara aceptación en los conciertos ofrecidos en Bilbao y en Madrid.

Con los conocimientos adquiridos, se enfrentó también a la música instrumental. Sainz Basabe, su antiguo protector, hacía tiempo que se ocupaba en funciones de enseñanza; buscando la inapreciable ayuda de Guridi, le ofreció la clase de armonía en el conservatorio.

Pero el objetivo principal de Guridi era la composición. Había mostrado sus aptitudes desde niño. Sus Quatorze morceaux pour piano habían sido publicados en 1905 en Bruselas por la casa Breitkopf & Härtel. Esta vocación por la composición musical fue lo que principalmente le había empujado a estudiar en Paris, Bruselas y Colonia. A su regreso traía en sus carpetas unos trabajos hermosos, aunque solo fueran ejercicios escolares. En Bilbao continuó, sin pérdida de tiempo, su inclinación creativa. Al poco de llegar nacieron nuevas composiciones, entre las que destacaremos las canciones vascas para la Sociedad Coral.

El año de 1908 fue fundamental para Guridi. El 26 de enero se estrenó Así cantan los chicos en la sociedad Filarmónica. En opinión de Manuel de Falla, es una “obra merecedora por sí sola de otorgar fama imperecedera a su autor”.

Compositor consagrado

El 31 de mayo de 1910 se estrenó Mirentxu en el teatro “Campos Elíseos” de Bilbao. Este agradable idilio escénico muestra la contemplación simple y limpia de una vida que hace imposible el presentimiento de un amor. Guridi tenía solo 22 años; más tarde, cuando el magisterio de la experiencia le surtió de nuevos puntos de vista, Guridi revisó y corrigió la obra, pero sin cambiar nada la esencia y sabor lírico inicial. La obra de arte es siempre misteriosa: aquí crea un verdadero misterio la fusión entre simplicidad y revisión.

A nuestro músico se le abrieron nuevas puertas tras el éxito del estreno de Mirentxu. Cinco años más tarde, 1915, se estrenó en Bilbao el espléndido poema sinfónico Leyenda vasca. A finales de ese mismo año, se convocó en la Academia de Bellas Artes de Madrid un concurso de composición sinfónica. Se presentaron 75 obras. Fue un trabajo arduo para el jurado, que no concedió primer premio. El segundo fue para Una aventura de Don Quijote de Guridi, que fue estrenada en noviembre de 1916 por la Orquesta Filarmónica dirigida por Pérez Casas.

Entre tanto, Guridi se ocupó durante 10 años, de 1910 a 1920, en la creación de la ópera Amaia. Esta hermosa ópera se representó por primera vez en el Coliseo Albia de Bilbao el 22 de mayo de 1920. El éxito fue clamoroso y la ópera se repitió otras cinco veces después de su estreno. El argumento de Amaia escenifica la lucha dramática entre el sustrato pagano y la civilización cristiana, que anida en muchas mentes y corazones sensibles. Guridi trabajó la música con cuidado y esmero: sirviéndose de las directrices estéticas aprendidas de Wagner, confirió con exactitud a cada personaje su propia melodía ritmo e instrumentación. En la ópera entera se identifican idea y acción. Guridi consiguió fama definitiva de gran autor dramático.

Pero la vida de Guridi no se agotaba en la música. El 7 de julio de 1922, festividad de San Fermín, se casó en el santuario de Lezo, Gipuzkoa, con Julia Ispizua Uribe. Tuvieron seis hijos, receptores de todos los homenajes y muestras de amistad tributados al maestro Guridi.

Las zarzuelas

Es memorable la primera representación de El Caserio en el Teatro de la Zarzuela de Madrid el 11 de noviembre de 1926. Fue notable la aceptación tanto por parte del público como de la crítica, que llenó muchas páginas de publicaciones. Las sensibles raíces que ligaban al veterano Shanti con el caserío “Sasibil” zarandearon las entrañas de todos los asistentes. Por otra parte, el amor puro entre el “txoriburu” Txikito de Arrigorri, recién llegado del extranjero, y la fiel Anamari de Sasibil, que vestía la casa familiar de nuevos colores, movió mucho más los corazones. Fue indescriptible la delirante acogida que tuvo el estreno en Vitoria Gasteiz el 15 de enero de 1927.

A raíz de este éxito, Guridi escribió un puñado de nuevas zarzuelas: La meiga en 1928, La cautiva en 1931, Mandolinata en 1934, Mari Eli en 1936, La bengala en 1939, Peñamariana en 1944, etc.

Jesus Guridi Bidaola

Trozo de partitura firmada por Guridi.

Obras para Orquesta

En el campo sinfónico Guridi fue mostrando paso a paso su potencial. Sin abandonar la creación vocal, en 1915 dio a conocer en Bilbao Leyenda vasca, y al año siguiente en Madrid Una aventura de Don Quijote. Después nacerían En un barco fenicio, de 1927, y otras obras. Entre todas ellas, las Diez melodías vascas es, sin duda, su obra que más se escucha. Esta espléndida partitura fue estrenada por el donostiarra Enrique Jordá, al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid el 12 de diciembre de 1941. Guridi confesó a Jordá que sus Diez melodías se parecían a las Ocho canciones populares rusas de Anatoly Liadov, pero que el material temático era mucho mejor. Tenemos también otras opiniones acerca de esta composición. Para el escritor Arozamena: “Tengo para mí que esta obra, por la selección de los temas, brillantez armónica y profundidad y gracia en la instrumentación, es una de las más valiosas de la música española contemporánea y, desde luego, el ejemplo vasco más considerable”. Federico Sopeña, a su vez, escribió: “La línea melódico popular no se tuerce ni se quiebra ni se repite inútilmente; pero una orquesta maravillosa, regocijada y sutil pone un comentario de modo y de timbre entrañado de manera perfecta con la esencia de cada melodía. No se trata, pues, de una obra determinada por premisas folklóricas: sólo la radical intuición de un creador puede abarcar tanto en línea y atmósfera. La Diez melodías vascas, repetimos, están colocadas en la primera fila de la música española: distintas de lo anterior de Guridi, con un aspecto nuevo de ligereza y de fantasía, marcan una fecha en la evolución interna de este compositor”.

Sinfonía Pirenaica

La última y más extensa creación sinfónica de Guridi fue su Sinfonía Pirenaica. La estrenó Jesús Arambarri con la Orquesta Municipal de Bilbao el 6 de febrero de e 1946. Rara vez aparece en los programas de conciertos esta composición larga, densa y de difícil montaje. Pablo Bilbao Aristegui, a quien Guridi dedicó una de sus Veinte composiciones breves para órgano, refiere que el maestro, conocedor profundo de los entresijos musicales, tanto en las obras mismas, como de los gustos de intérpretes y oyentes, después del estreno de la sinfonía en Bilbao y en Madrid, revisó y corrigió la obra y “entregó de nuevo la partitura a Arámbarri, con el encargo siguiente: ‘Haz lo que te plazca, lo que estimes mejor; corta, reduce a tu arbitrio’. Arámbarri, de quien me dijo Joaquín Rodrigo que ‘veía’ en las partituras lo que ‘otros’ no veían, fue tajante en su dictamen: ‘No hay que suprimir una sola nota de la Sinfonía pirenaica: hay que respetar la versión original, completa” Guridi, que había hecho en vano la revisión, aceptó de buena gana la decisión de Arambarri.

Fue de Gerardo Diego la crítica que más gustó al maestro: “Los aficionados de última hora, los que apenas conocían a Guridi por sus Diez melodías vascas, sabían bien que era un poeta del idilio escénico u orquestal. Pero ignoraban las tremendas simas de pasión que escondía la dulzura del paisaje cordial. Debieron de quedar abrumados, tundidos, después de la poderosa fuerza, galerna, borrasca, que se les vino encima. No se puede jugar con las cumbres. Ni todo ha de ser idilio y txistu y tamboril y ezpatadanza en la viña agria para el chacolí o en la pomarada roja para la sidra. Y ahora ya no era la viñeta primorosa, iluminada con minios, oros y brillos de clámide de insecto bizantino. Ahora se trataba de levantar a pulso la masa densa, geológica, mineral, y sostenerla como un Atlas sobre los hombros bien nivelados; de conseguir la totalidad panorámica sin detrimento de la hermosura concreta de cada rincón, de la lógica coordinatoria, de la variedad de matices dentro de una misma gama, del Pirineo de la ceniza verde”, que cantó Góngora. Y la música española cuenta desde ahora con un sinfonía que puede parangonarse sin miedo con las alpinas, cevenólicas o carpáticas de otros meridianos y altitudes ilustres de la orografía musical”.

Las canciones

Guridi asistió en Madrid el 5 de mayo de 1949 a la conferencia “La canción popular manchega” del investigador Pedro Echevarria Bravo. Fue una exposición interesante, con ejemplos musicales valiosos. A la salida Guridi comentó con Pablo Bilbao Arístegui: “El canto popular manchego es excelente, pero como el folklore nuestro, el vasco, no hay ninguno”.

Guridi siempre sintió la poderosa atracción de la canción popular vasca. Conocía a fondo los cancioneros de Bordes, Azkue y Donostia. También él se ocupó en el trabajo de recogida de canciones populares y encontró buenas muestras en Aramaio y Otxandio. Más tarde haría otro tanto por tierras castellanas. Con su poderoso sentido musical, leyó inmediatamente los contenidos armónicos de estas canciones y no tardó en extraerlos. Como resultado, la Editorial Vasca de Bilbao publicó en 1932 el cuaderno XXII canciones del folklore vasco. El Padre Donostia alabó el trabajo en “El Día” de San Sebastián: “Desde que conocimos sus primeras publicaciones (aquel delicioso Así cantan los chicos) hemos creído que este músico era uno de los ungidos, señalados en la frente con el “quid divinum” que no se vende en los almacenes de música ni se encuentra en la recetas de los tratados de armonía”.

Pero anteriormente, desde que en 1912 asumiera la dirección de la Sociedad Coral, había creado un extenso repertorio de canciones populares vascas, tanto para voces iguales como para mixtas, que llenaron rápidamente los anaqueles de los archivos de todos los coros y orfeones. Señalaremos sus Cuadros vascos - Eusko irudiak, para coro y banda de música, con sus claras referencias al Boga, boga, Hator mutil y Anton Aizkorri. Según Arozamena, esta “obra de grandes efectismos, un Guridi teatral sin pensar en el teatro, era final obligado de los conciertos conjuntos de orfeón y orquesta o banda”.

También nos dejó Guridi excelentes canciones para voz y piano. Mencionaremos sus Seis canciones infantiles y, sobre todo, Seis canciones castellanas, una de las mejores obras del compositor vitoriano.

Órgano y piano

El órgano fue el instrumento predilecto de Guridi. Su afición se remonta a sus estudios con Vincent DIndie en la “Schola Cantorum” de París y con el organista Joseph Jongen en Bruselas. De regreso, fue organista en la basílica de Santiago de Bilbao y luego en la parroquia de San Manuel y San Benito en Madrid. Como profesor, sucedió a Bernardo Gabiola, de Berriz, en la cátedra de órgano del Conservatorio de Madrid. Había que escucharlo cuando improvisaba: tanto a él como a los oyentes, se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Entre sus obras para órgano, no muchas, destacan el Tríptico del Buen Pastor y las Variaciones sobre un tema vasco.

El propio Guridi interpretó su Triptico el 20 de enero de 1954 en la inauguración del órgano de la catedral del Buen Pastor de San Sebastián. La obra tiene tres partes: El rebaño, La oveja perdida” y El buen pastor. Es una música programática, escrita con cuidado, que describe con exactitud el significado de cada uno de los episodios. Había obtenido el primer premio en el concurso convocado en 1953 por Organería Española.

Las Variaciones sobre un tema vasco son de 1948. Para cualquier vasco es sobradamente conocida la canción Itsasoan. Tras presentar este tema, Guridi desarrolla nueve maravillosas variaciones. Al escuchar esta obra se diría que sestamos escuchando improvisar al propio autor.

También escribió Giridi unas cuantas obras para piano. Hemos mencionado las Quatorze morceaux pour piano publicadas en 1905 en Bruselas. Después llegaron Danzas viejas, Ocho apuntes para piano y Vasconia. Mayor importancia adquirió Homenaje a Walt Disney. Esta fantasía para piano y orquesta mereció el Premio “Oscar Esplá” del Ayuntamiento de Alicante en 1958. Guridi decía: “Quise rendir este homenaje a Disney por la tremenda adoración que siento por el creador de un estilo de cine completamente original, tan lleno de poesía, delicia de pequeños y mayores...”

Xabier Montsalvatge expresaba con acierto: “La Fantasía para piano y orquesta cabe situarla en la línea de los más inteligentes intentos del compositor para abordar la forma sinfónica, liberándola del contexto folklórico. En su Homenaje a Walt Disney, Guridi quiso escribir uno de esos sugestivos “scherzos” que sirven de acompañamiento a los films de dibujos animados. La obra tiene un gracioso perfume “made in Hollywood” y su proceso expositivo es ágil, punzante y evocador, acaso demasiado evocador: el que escucha la obra se siente prendido por su luminosa descripción sonora y puede encontrar a falta la ayuda visual. La música se manifiesta, no obstante, con la suficiente elocuencia para convencernos de la imaginación inventiva del compositor y de su extraordinario dominio, tanto de los recursos virtuosísticos del piano como de las posibilidades tímbricas de la orquesta. Toda la obra está bañada en luz de reverberaciones impresionistas, pero no deja de ser personal su manera de tratar los instrumentos, ritmos y armonía, con un lenguaje en que se conjuga la agudeza, el humos y una indecible ternura, muy propia del universo sentimental de Guridi”.

Jesus Guridi Bidaola

Jesús Guridi Bidaola en la inauguración de un órgano en Madrid. Año 1959.

Humano y sensible

Se pueden observar aspectos diferentes en la vida de Guridi y en sus trabajos musicales. El mozalbete desinhibido de los primeros años, el joven osado de los estudios europeos, el hombre audaz en tantas iniciativas, se nos muestra en otras muchas ocasiones reservado y tímido.

Guridi, como persona, aunque en momentos pudiera parecer abstraído e, incluso, enérgico, era por naturaleza pacífico, comunicativo y afable. Muestra de ello son las preciosas las cartas que entrecruzó con su gran amigo Usandizaga. Aunque no se conozcan tanto, también son abundantes los datos que confirman su natural modesto y agradable en su trato con su familia, amigos, alumnos y con todos los que vivían a su vera.

En el campo de la composición, hemos examinado en parte las creaciones sinfónicas y escénicas que muestran el componente vigoroso y épico de su carácter. Junto a ellas hay otros muchos trabajos que manifiestan un espíritu suave y sensible: cantos infantiles música de cámara, cantos religiosos... Son de mencionar sus cuartetos de cuerda, a cual más brillante.

Esta era la personalidad de Guridi: épico y audaz y, al mismo tiempo, agradable y sensible.

Hijo Predilecto de Vitoria Gasteiz

El Ayuntamiento de Vitoria Gasteiz, por mano del alcalde Gonzalo de Lacalle, entregó al compositor Guridi en el Teatro Principal el día 26 de enero de 1952, un pergamino declarándole “Hijo Predilecto de la Ciudad”. En el mismo acto Federico Sopeña impuso a Guridi la “Gran Cruz de Alfonso X el Sabio”. La Orquesta Municipal de Bilbao, dirigida por Jesús Arámbarri, ofreció a continuación un concierto con obras del homenajeado.

El homenaje a Guridi en Vitoria duró varios días, en los que se celebraron otros conciertos y actuaciones. El día 27, domingo con nevada, la Escolanía de Tiples del Conservatorio, que dirigía Dimas Sotés y la Banda Municipal de Música dirigida por Joshemari Glz Bastida, ofrecieron un nuevo concierto con obras del compositor. El 28, lunes, se celebró por la mañana una acto oficial para añadir el nombre de “Jesús Guridi” al Conservatorio Municipal de Música; por la tarde tuvo lugar un acto académico en el Seminario Diocesano: Federico Sopeña presentó a “Guridi, artista cristiano”; el propio compositor leyó su conferencia “El canto popular como materia de composición”, (su trabajo de ingreso en la Academia de Bellas Artes de San Fernando) ilustrándola con ejemplos al piano; el Sr. Obispo entregó al homenajeado el título de “Director honorario de la Schola Cantorum” del Seminario de Vitoria. Días más tarde se cerró el ciclo con la representación de El Caserío en el Teatro Principal.

Guridi, delicado y sensible, agradeció todos estos elogios y muestras de afecto, manifestando así sus sentimientos:

“Si pudiera ahora resumir los más armoniosos sonidos que hayan podido pasar de mi pluma al pentagrama, quisiera condensarlos todos en el acorde mayor más perfecto, más rotundo, más bellamente sonoro, que llenara de vibraciones divinas hasta el último rincón de esta Vitoria en la que tanto pienso y a la que tanto amo”.

“Este texto corresponde a la conferencia que pronunció el autor en el ciclo organizado por la Institución Celedones de Oro”

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