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José Javier FERNÁNDEZ ALTUNA
Las tipologías arquitectónicas han sido creadas a lo largo de la historia de la arquitectura dependiendo de las necesidades tanto funcionales como simbólicas que han requerido los edificios. De ahí que algunas comenzaron su andadura con el inicio de la disciplina mientras que otras se han creado y añadido posteriormente, en consonancia con la propia evolución y transformación de las civilizaciones y las culturas. Por tanto, dependiendo también de los rasgos de éstas, algunas tipologías han desaparecido y otras han tenido que cambiar, amoldarse no sólo a las nuevas funciones sino también a las nuevas formas, a los nuevos materiales y, por tanto, a los nuevos estilos.
En la tipología religiosa en general y concretamente en el caso de las iglesias, además nos encontramos con una tipología de gran tradición e importancia en la historia del arte, principalmente en la Edad Media —primero en el románico y posteriormente en el gótico—, ya que fue la disciplina impulsora de la renovación artística del período, pero también en la Edad Moderna, tanto en el renacimiento como en el barroco. Posteriormente, a partir del período Contemporáneo, aunque perdió importancia como tipología de referencia paralelamente también a la disminución de la influencia del fenómeno religioso en la sociedad, se ha mantenido como una de las tipologías más interesantes aportando al debate arquitectónico contemporáneo una lectura renovada de la misma en paralelo a la propia evolución que ha vivido la arquitectura contemporánea. Así, especialmente en las últimas cinco décadas, en un período comprendido entre la capilla de Notre Dame du Haut en Ronchamp de Le Corbusier (1954) y la iglesia del Jubileo en Roma de Richard Meier (2003) —dos hitos en la historia más reciente—, aunque cada vez se construyen menos iglesias la tipología continúa proporcionándonos interesantes ejemplos de arquitectura de vanguardia en la historia de la arquitectura.
Capilla de Notre Dame.
Foto: CC BY SA - Sanyambahga.
En nuestro territorio el primer ejemplo de este cambio se comenzó a vislumbrar con el inicio de la construcción en 1950 de la Basílica de Arantzazu en Oñate por parte de los arquitectos Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga, pero alcanzó su momento culminante primero con la edificación de dos templos singulares en Vitoria-Gasteiz por parte de Miguel Fisac en 1959 —la iglesia de la Coronación— y Javier Carvajal y José María García de Paredes en 1960 —la iglesia de Los Ángeles—, y posteriormente con la construcción de otras magníficas iglesias modernas como las de San Francisco en 1970 también en Vitoria-Gasteiz de Luis Peña Ganchegui, y la de Santiago Apostol en Pamplona en 1971 de Francisco Javier Guibert.
Pero a partir de la década de los ochenta la construcción de iglesias de nueva planta comenzó a decaer con el progresivo aumento de la secularización de la sociedad y el estancamiento en el crecimiento de la población —de hecho, muchas de las nuevas parroquias se construyeron en bajos de edificios de viviendas—, y por tanto desde entonces han sido escasos los nuevos templos de interés que se han construido en nuestro territorio. Sin embargo, durante los últimos cuatro años si se han construido cinco nuevas iglesias lo que supone no sólo un número significativo de nuevos templos consagrados sino que, además, han proporcionado una nueva lectura de la tipología ya que los arquitectos que han tomado parte en esta reinterpretación no se han limitado a crear un espacio funcional y simbólico sino a repensar los objetivos, los fines de la misma tipología encontrando nuevas propuestas tanto funcionales como, sobre todo, formales y significativas.
Entre las iglesias construidas y consagradas durante los últimos cuatro años (2008-2012) vamos a destacar cinco templos que están situados en las cuatro principales ciudades del País Vasco y de Navarra, aunque analizaremos con detenimiento tres de ellos, los más importantes según nuestro criterio, porque creemos que han sido los que han intentado apostar por una arquitectura más innovadora y actual.
Las dos nuevas parroquias que se han consagrado en Vitoria-Gasteiz en un mismo año, la primera la de Santa Clara en el barrio de Zabalgana por parte de Adrián Lasquibar, y la segunda la de San Joaquín y Santa Ana en el barrio de Salburua por parte de Xavier Sánchez Álvarez, aunque no alcanzan la audacia y el atrevimiento de las otras tres iglesias construidas durante el período franquista en la misma ciudad a las que nos hemos referido antes, son también dos buenos ejemplos de la apuesta rotunda y podríamos decir que asumida con normalidad que realiza en la actualidad la Iglesia católica a favor de la arquitectura moderna.
Aunque en ambos templos el resto de las disciplinas artísticas que se han añadido —pintura, escultura, vidrieras— lamentablemente no apuestan por una lectura contemporánea de la imaginería religiosa, los edificios si lo hacen, con unos volúmenes sobrios y depurados destacando en la iglesia de Santa Clara el propio juego de los volúmenes que constituyen el edificio, la construcción de un atrio que separa la iglesia de la entrada y la sencilla pero simbólica torre que alberga la cruz y el campanario, mientras que en la iglesia de San Joaquín y Santa Ana hay que señalar la pared cortina acristala de la entrada del templo en el que se ha instalado una vidriera.
Iglesia de Santa María Josefa.
Foto: CC BY SA - Xabi1980.
Ubicada en el barrio bilbaíno de Miribilla junto a otros edificios arquitectónicamente muy interesantes como el Palacio de los Deportes o el Frontón Bizkaia, la iglesia de Santa María Josefa es un edificio construido por el equipo IMB conformado por los arquitectos vascos Gloria Iriarte, Eduardo Múgica y Agustín de la Brena. Construido en hormigón, madera y vidrio, la iglesia se encuentra en un solar complicado por su conformación triangular, por estar en pendiente y por tener los restos de las galerías de las antiguas minas enterradas en su subsuelo lo que ha dificultado la cimentación del edificio.
Organizado y dividido en tres alturas ocupando la planta superior el templo, una capilla oratorio y los despachos parroquiales, diez salas de actividades y un salón la siguiente, y por último, un garaje la inferior que ha posibilitado financiar una parte de los costes del edificio, el templo se nos presenta desde el exterior como un atractivo juego de volúmenes abstractos y geométricos en el que destaca el campanario que mirando al este y con 24 metros de altura está construido en cristal. De este modo, el edificio además de ser funcional en su disposición, económico en su organización y moderno formalmente en cuanto a su estilo arquitectónico apostando también por la sobriedad y la depuración, es un edificio simbólico ya que la luz no sólo se utiliza desde un sentido práctico sino también formalmente vertebrando todo el diseño del edificio y, sobre todo, espiritualmente combinando cuatro colores diferentes —el blanco, el morado, el verde y el rojo— que hacen referencia a las fases del año litúrgico.
En el interior de la iglesia el elemento más innovador del conjunto también está en relación con la luz, el verdadero protagonista de este templo como ya ocurría en la arquitectura gótica; nos referimos a la cruz, ya que la cruz que preside toda la iglesia aquí no está en lo alto del campanario sino que está tumbada a lo largo de la fachada norte diseñada como si fuera una ventana traslucida consiguiendo evocar todavía si cabe una mayor espiritualidad.
Situada junto a la estación de ferrocarril de Pamplona en el barrio del mismo nombre, la iglesia de San Jorge fue finalista en los Premios de Arquitectura 2009 organizado por el Colegio Superior de Colegios de Arquitectos de España. Obra de los arquitectos navarros Jesús Leache y Fernando Tabuenca, la iglesia de San Jorge como el resto de los ejemplos escogidos también se sitúa en un espacio público aunque en este caso el juego volumétrico exterior conformado por un único bloque cuadrangular realizado en hormigón oculta lo que se nos esconde en el interior. Y es que tanto en Pamplona como en Vitoria-Gasteiz y en San Sebastián —en la iglesia de Iesu de Rafael Moneo—, al templo se accede a través de un atrio que aísla al espectador del resto de edificaciones circundantes y así lo prepara para su ingreso en un espacio distinto, diferente como es el sagrado; en este atrio que sirve como entrada al templo pero también al resto de las dependencias parroquiales, destaca una gran pared a modo de pantalla de alabastro que permite la entrada de la luz que baña tenuemente todo el espacio dedicado al culto.
El espacio interior del templo, al igual que el exterior, es muy austero y está realizado en hormigón y en madera. En el interior el protagonismo lo asume el altar que se ilumina cenitalmente por un lucernario orientado al norte desde donde no se recibe la luz directa pero sí la claridad. De hecho, en su conjunto, tanto en el interior como en el exterior, la iglesia de San Jorge sólo la identificamos con un edificio religioso por los detalles —el altar, la campana y la cruz, ambas silueteadas en un rectángulo— aunque también por el sentimiento de austeridad, sobriedad y contención con el que está impregnado todo el edificio, comenzando desde sus detalles llegando hasta sus rotundas formas y pasando por los materiales empleados. Unos materiales, por cierto, de los que Leache y Tabuenca obtienen unas texturas magníficas, deslumbrantes.
Uno de los últimos trabajos que ha diseñado el estudio del arquitecto navarro Rafael Moneo es la iglesia de Iesu situada en el nuevo barrio de Riberas de Loyola en San Sebastián. Aunque es difícil establecer hitos en la trayectoria de un arquitecto como Rafael Moneo con la calidad que atesora su diseño y el gran número de trabajos finalizados, no hay duda de que su tercer trabajo en San Sebastián —después del bloque de viviendas en el paseo Ramón María Lilí y el Palacio de Congresos del Kursaal— es una obra excelente, magistral, tanto en sus volúmenes y sus formas como en el concepto, en la idea que ha predominado y defendido Moneo a través de su edificio.
Iglesia de Iesu.
Foto: CC BY SA - Simoncio.
Compuesto básicamente por tres elementos —un cubo que acoge el templo adosado a una segunda estructura en forma de “L” dedicada a usos religiosos diversos y un muro por el que se accede al templo y que cierra el espacio en forma de patio—, aunque el edificio destaca en su conjunto por sus formas austeras y simples revestidas con hormigón blanco y en el que sólo sobresalen el cuerpo de campanas y la cruz discreta y elegantemente silueteada en la azotea del edificio, el elemento más interesante del conjunto arquitectónico es el interior de la iglesia.
En su interior, en la planta, Moneo recupera como en la tradición medieval la utilización de la forma de la cruz —la cruz griega, al igual que Iesu es el nombre griego de Jesús—, una cruz asimétrica y quebrada que pretende según Moneo reflejar las tensiones del mundo de hoy, y que alberga en cada uno de las cuatro esquinas del cubo el sagrario, la capilla, la pila bautismal y la sacristía. En cuanto al alzado, lo que más destaca es el juego de luz gracias a las diferentes alturas del templo y que ayuda a llevar la mirada al cielo. En este y otros detalles como el supermercado que alberga en su sótano, Moneo recupera elementos del espíritu gótico —como ocurre también en Miribilla— pero que viste con un edificio contemporáneo que además alberga como en la Edad Media una impresionante colección de obras de arte contemporáneas de Pello Irazu, Javier Alkain, José Ramón Anda y el propio Moneo, que ha diseñado el mobiliario y las magníficas vidrieras del templo. Y es que cuando un edificio tiene el significado y la belleza de esta iglesia de Iesu —como también ocurre con las iglesias de San Jorge y de Santa María Josefa—, ya no es una simple construcción pensada para albergar una función concreta sino que además es arquitectura, una obra de arte.
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