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Nuria CANO SUÑÉN
Tesis dirigida por la catedrática Teresa del Valle y realizada en el Departamento de Filosofía de los Valores y Antropología Social contando con la financiación del Gobierno Vasco a través de su Programa de Formación de Investigadores del Departamento de Educación, Universidades e Investigación.
Carranza es un territorio marginal en distintos sentidos: se trata de un Valle un tanto aislado con malas comunicaciones hacia las capitales de provincia; constituye una isla rural en una Bizkaia casi íntegramente urbana; y es un territorio fronterizo que comparte la idiosincrasia del paisaje con Cantabria, del que es continuador. Se trata, además, de un paisaje apenas connotado, en buena medida desconocido en el conjunto del territorio vasco y que ha pasado desapercibido dentro de su imaginario, a pesar de que casa muy bien con éste, es decir, con lo rural, lo montañoso o lo pastoril. A pesar de esta marginalidad, o precisamente por ella, tanto su paisaje de campiña visto desde la distancia, como sus innumerables detalles paisajísticos y sus paisajes sensoriales resultan altamente sugerentes.
Paisaje General del Valle de Carranza
Vista general del Valle de Carranza desde el monte Armañón. Tensión y mirada paisajística vertebrarán el análisis de un paisaje quebrado, dominado en las zonas altas por montañas circundantes y envolventes, y en las bajas y medias por unas praderas y campiñas que forman parte de la idiosincrasia del Valle.
Foto: Nuria Cano
Mi tesis “Miradas y tensiones en los paisajes del Valle de Carranza” sobre la que se basa este artículo ha sido fruto de dos intereses principales:
Por un lado, la curiosidad hacia el propio Valle de Carranza: las características formales, emocionales e identitarias de su paisaje, y también su evolución, retos y encrucijadas recientes.
Por otro, el de constituir un campo de experimentación personal sobre el concepto de paisaje. Esto me ha llevado a buscar un paisaje complejo e incierto y un territorio sensorial basado en la corporalidad y en la tensión social. No me he limitado a definiciones cerradas del paisaje, sino que he buscado la complejidad en su descripción y la multiplicidad de miradas y de acontecimientos socioculturales en su formación y vivencia.
Si es posible defender esta complejidad del paisaje es porque éste se sitúa en un terreno ambiguo entre lo físico y lo conceptual, entre lo territorial y lo representacional, entre lo geográfico y lo social. Estas dimensiones no son excluyentes, sino que se completan mediante las tensiones entre lo próximo y lo lejano, lo habitado y lo observado, lo natural y lo cultural.
Quién y cómo se sitúa ante un paisaje es un elemento determinante, una multiplicidad fruto de la cual es posible asociar al paisaje diferentes funciones y sensaciones dependiendo de los distintos individuos, grupos sociales o estados anímicos. Ha sido esta premisa la que me ha llevado a considerar diferentes miradas paisajísticas: la cotidiana, la arquitectónica, la institucional y la connotativa. Además he estudiado también la multisensorial, mirada en la que la Academia no ha solido reparar a pesar de tratarse de una vivencia cotidiana del mismo. No pienso que el paisaje del Valle se agote en este enfoque, sino que con él he explorado lo que me ha resultado más sugerente.
La Autora, su Sombra y su Paisaje
Como dice Kessler en su obra El paisaje y su sombra, el paisaje no es nada sin el sujeto que lo recibe en su mente: “¿No induce este hecho una pluralidad de consideraciones éticas ligadas a la actitud de acogida presupuesta por la consideración del paisaje, más allá de una relación estrictamente utilitaria con el espacio geográfico real?” (2000:10).
Foto: Nuria Cano
El Valle de Carranza que nos ocupa, en la actualidad, se caracteriza por la extensificación de sus praderas, fruto de una apuesta por el vacuno de leche como actividad agropecuaria principal, al menos en su entorno más humanizado. No obstante, este paisaje se encuentra en una encrucijada, pues el cierre paulatino de ganaderías por falta de rentabilidad o de relevo generacional conduce al abandono de praderas o al cambio de su función para usos forestales o residenciales. El proceso paisajístico es incierto y el futuro no se vislumbra con claridad.
Al tiempo, además, que los paisajes agropecuarios se desbarajustan, los discursos o miradas postproductivistas se van introduciendo en el hacer del Valle, sobre todo por parte de las instituciones y, en menor medida, de la ciudadanía. Esto equivale a pensar el Valle en términos turísticos y patrimoniales, y aunque es algo tímido de momento, es clara la voluntad de la administración de seguir este camino.
Abandono de Prados
Degeneración de prados en una colina a los pies del barrio de La Tejera. Cuando los prados dejan de ser útiles y productivos se llenan de rastrojos y malas hierbas. La imagen visual del nuevo paisaje da cuenta de los cambios.
Foto: Nuria Cano
La permeabilidad del paisaje al cambio social se ha visto reflejada también en la mirada arquitectónica. En este sentido, el paisaje visual se ha erigido como un factor muy importante en los planteamientos actuales de la arquitectura. En mi análisis, la mirada arquitectónica refleja bien el modo en el que nuestra sociedad contemporánea afronta, entiende y se inserta en el paisaje.
La arquitectura y el urbanismo tradicional en Carranza estuvieron guiados por una acción paisajera lenta que, sin apenas pretenderlo e incluso en cierta manera dándole la espalda al paisaje, crearon una vivienda y un barrio bien integrados paisajísticamente hablando. Sin embargo, la arquitectura y la disposición de la trama urbana actuales están muy influidas por un pensamiento paisajístico que, anhelante y consciente de bellas y buenas vistas, genera una casa y un núcleo urbano más individualista y difuso. Vinculo a su vez dicho cambio paisajístico con el paradigma postproductivista por el que lo rural empieza a cambiar de función, pasando de ser en exclusiva proveedor de alimentos a constituir además un espacio de contemplación y de disfrute para el tiempo de ocio. En este nuevo paradigma, el paisaje se disfruta en sí mismo y no sólo en relación con el trabajo de la tierra.
Por otro lado, el paisaje no sólo constituye la forma del territorio, sino que crea lazos afectivos y emocionales. Aun asumiendo necesariamente que los paisajes son cambiantes y tienen poco de auténticos, hay que reconocer que las transformaciones debieran ser siempre respetuosas con la memoria del territorio y con sus paisajes reconocibles, pues contienen emociones y ligazón identitaria. En consecuencia, el mayor peligro de obviar el valor de las memorias sustentadas en el paisaje es la pérdida de la emoción. Por ello la toma de decisiones territoriales debería guiarse por la inteligencia compartida y no por la inmediatez, la improvisación o la especulación.
Memoria del Paisaje
Este cementerio nos devuelve una metáfora: el paisaje construyéndose entre la acción cotidiana, la emoción de saberse en un entorno conocido y arraigado
y la memoria del paisaje, del pueblo y la familia.
Foto: Nuria Cano
Por último, en esta aproximación reflexiva al territorio que defiendo tiene cabida la multisensorialidad del paisaje. En efecto, el cambio paisajístico no se agota en su dimensión visual, sino que otras particularidades sensoriales y corporales lo explican y lo definen. Las diferentes facetas de lo sensitivo son herramientas de análisis muy útiles para el cambio social, además de constituir ejes articuladores de la memoria y de las emociones ligadas a la experiencia paisajística. A pesar de la preeminencia de lo visual en nuestra sociedad, debemos realizar el ejercicio de acercar el paisaje a nuestro cuerpo, distanciándonos de la abstracción y la lejanía con las que es abordado habitualmente. Y una manera de hacerlo es reconociendo lo que de táctil, sonoro, olfativo y gustativo contiene.
A mi juicio, el análisis de la multisensorialidad en los paisajes del Valle de Carranza constituye un excelente exponente de la definición compleja del paisaje sobre la que he sustentado el análisis, y ejemplifica a la perfección la constante tensión que supone el paisaje entre lo cercano y lo lejano, entre lo experimentado y lo mirado. Asumir que esta tensión forma parte intrínseca del paisaje, insisto nuevamente y para finalizar, es básica para seguir avanzando en la comprensión del concepto y en el análisis práctico. El paisaje no es armonía sino tensión. Y dicha tensión es presencia y ausencia, es recuerdo, emoción y futuro.
La opinión de los lectores:
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