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HISTORIA
Una de las referencias más antiguas del uso de la miel la tenemos en las pinturas murales levantinas del 5.000 a.C. en que se muestran pastores con sus ganados y hombres sacando miel de los panales.
Sabemos que en Sumeria en el tercer milenio antes de Cristo se consumía miel. En Egipto aparece referencia en el papiro de Ebers, como elemento medicinal. También en esta cultura se usaba la miel en los procesos de momificación.
El romano Apicios menciona numerosas veces a la miel como ingrediente en sus recetas.
Nos cuentan nuestros artesanos que ellos conocen a una familia de la zona que tras la matanza del cerco salan los jamones y posteriormente le dan una mano de miel, colocándolos luego colgados para que se sequen. Periódicamente vigilan y, si fuera necesario, vuelven a dar una nueva capa de miel.
Incluso en el mundo inmaterial, la miel es el símbolo de la dulzura, en contraposición a la hiel en la amargura.
Al hidromiel, bebida que simbolizaba la inmortalidad, se le considera el alimento espiritual de santos y sabios ya desde la antigua Grecia.
Ensalzada en el mundo hindú, en la Biblia y el Corán.
Centrándonos ya en lo material es indudable que los dulces son alimentos placenteros para deleite del paladar. Pero, al mismo tiempo, los dulces nos aportan azúcares y otros elementos necesarios para nuestro equilibrio orgánico.
La forma natural en que los azúcares se nos ofrecen al consumo directo es a través de la miel.
Existen 36 tipos de miel, dependiente siempre de la materia prima, el néctar que liban las abejas, de forma que según la flora, su estado, la época, la climatología, e incluso la ubicación exacta de la colmena, y el estado de “salud” del enjambre éste producirá un tipo u otro de miel. Con toda certeza podríamos decir que no hay dos botes de miel iguales, aunque pueden ser todo lo semejante que queramos. Esto da pie al amante de este producto a poder catar y disfrutar de toda esta variedad de gustos, aromas y sabores.
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