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A Bedoña se llega a través del antiguo camino de trashumancia que recorrían los pastores del valle del Deba para llevar sus rebaños, primavera tras primavera, hasta la Sierra de Aizkorri y, que probablemente, fue utilizado desde la prehistoria. El ramal de este camino que partía de Mondragón comenzaba en el Portal de Iturriotz, junto a la calle Zerkaosteta, y se abría paso por el barrio de San Andrés, pasando junto a la antigua ermita de San José, para continuar ascendiendo hasta la anteiglesia de Bedoña. Actualmente, siguiendo ese camino se puede llegar hasta el Santuario de Arantzazu (Oñate), Patrona de Gipuzkoa o se pueden transitar por los antiguos caminos rurales de Mondragón.
Pero mis pasos se detienen en Bedoña. Un paraje tranquilo, rodeado de los olores del campo, del trinar de los pájaros en libertad, del sonido de los cencerros de las ovejas que pastan en los numerosos prados que rodean los caseríos y donde se siente el frescor del aire impregnado del aroma de los pinos de los bosques cercanos. Un barrio ideal para desconectar del bullicio urbano de Arrasate, en el que, además, se puede gozar, como en casi todos los barrios de Mondragón, de un buen plato de cocina tradicional vasca.
Allí, en medio de ese sosiego que nos transporta a épocas pasadas, está el conjunto arquitectónico de la Iglesia Parroquial de Santa Eulalia, formado por; el templo, erigido, probablemente, el siglo XVI sobre las ruinas de un templo o casa-torre anterior; la casa cural; la casa del sacristán y el cementerio.
Pero en esta ocasión, me centraré en hablar únicamente sobre la arquitectura del pequeño templo. Un templo, que presenta en su nártex una estancia cuya utilidad sería, quizá, la de servir de prisión a los malhechores. Ya en el interior, accedemos a una iglesia de una única nave, con planta de salón, adscrita al estilo gótico vasco. Estilo que perduró en el tiempo más allá del gótico internacional por su utilidad y que en Bedoña presenta un marcado carácter rural, como se aprecia en la calidad del cerramiento de los muros, realizados con sillares irregulares, tal vez reutilizados de otro edificio anterior. Del interior del templo destacan sobre todas las cosas sus dos bóvedas de crucería estrelladas construidas hacia 1560, pero, lo que llama la atención es que esas naves, por medio del trampantojo, nos hacen creer que están construidas en piedra, cuando realmente, el elemento constructivo es la madera, una madera policromada para hacer ver lo que no es. La bóveda situada a los pies del templo cuenta con veintitrés claves decoradas con puttis y animales. Lo mismo que la bóveda de la cabecera, cuyas nervaduras se unen por medio de nueve claves y cuatro rombos cóncavos dispuestos en los extremos.
De vuelta en el exterior, se puede observar la elegancia de la pequeña torre campanario, de planta cuadrada, tambor octogonal y decorada en su cúspide con cinco jarrones rematados con bolas. Aunque, lo que más sorprende son los pequeños vanos románicos, recuperados del ábside de algún templo desaparecido. En total, son tres los vanos románicos con los que cuenta el templo, dos de ellos visibles al exterior, en la fachada del oeste y el tercero oculto por la casa cural, formado por una única arquivolta decorada cuya iconografía desconozco.
Afortunadamente, los amantes del Arte aún podemos disfrutar de los dos pequeños vanos de los pies del templo, dispuestos uno encima del otro y posiblemente realizados en un momento tardío del románico. Unos ventanales que para el arqueólogo P. Félix López del Vallado, son los restos más antiguos que se pueden encontrar de este estilo en Gipuzkoa. De esos vanos, el inferior ha perdido el arco de medio punto característico de esta expresión artística, pero el superior aún conserva las dos arquivoltas baquetonadas, además de la chambrana y las impostas decoradas con bolas. Motivo éste muy recurrente dentro del que es el primer estilo internacional de arte en Europa y al que, en ocasiones, se le ha atribuido un valor solar, o por extensión, un valor divino. Pero, si algo destaca de estos pequeños ventanales es la decoración de sus capiteles. Una decoración con la que pretendían educar en la Fe a aquellos campesinos iletrados que vivieron en esta zona del valle de Léniz durante la Baja Edad Media.
Comenzaré describiendo las escenas de los capiteles del vano superior. En el primer capitel, de la izquierda, aparecen representados dos toscos caballos enfrentados, con una de sus piernas delanteras apoyada en el suelo y la otra ligeramente elevada. El caballo, en numerosas culturas de la Antigüedad como la Egipcia, era el animal que tiraba del carro del dios Sol, pero además, para las gentes del medievo era un animal imprescindible, porque, prácticamente era el único medio de locomoción existente (con los caballos se trasladaban las personas y las mercancías de un lado a otro). Siempre se les ha tenido por animales dóciles e inteligentes capaces de seguir las órdenes de sus jinetes. Por ello, los hombres del románico debían ser como los caballos, fieles seguidores del Señor. Caballos semejantes a los de Bedoña fueron cincelados en la Parroquia de Villavega de Aguilar (Palencia).
En el segundo capitel aparecen dos imágenes diferentes: una cabeza escupiendo dos serpientes y dos aves bebiendo de un cáliz. La serpiente ha sido representada en multitud de ocasiones, dentro del arte cristiano, como imagen del Mal, del pecado, tomando como referencia el Génesis (cuando la serpiente tienta a Eva para morder la manzana del Árbol de la Vida) y el Apocalipsis (cuando la Virgen vence a la serpiente). En este caso, las dos serpientes esculpidas son expulsadas por la boca de un ser que representa al Demonio, mientras que la pareja de reptiles, viene a representar las tentaciones que ese demonio envía al mundo de los hombres, poniendo en peligro su Salvación Eterna. Los creyentes sólo accederán al Paraíso si llevan a cabo la acción representada por medio de las dos aves que beben del cáliz. Esta imagen, muy profusa en el arte clásico, fue asumida por los primeros cristianos para plasmar a través de ella al alma humana (simbolizada por las aves, por su capacidad de ascender volando a las alturas), que bebe del cáliz donde se depositó la sangre de Cristo.
En el flanco de la derecha de ese mismo vano se observa un rústico capitel de motivos vegetales, quizá como imagen del Paraíso, y junta a él, en el siguiente capitel, vuelven a aparecer las serpientes, en esta ocasión flanqueando una figura humana en actitud orante o tapándose los oídos con las manos. Esta escena y otra que se encuentra en el vano inferior, me crean discrepancias con lo dicho por otros autores como Marta Moltó o Ramírez de Ocáriz. Para empezar, dudo que esa representación sea la imagen de la lujuria ya que no observo a las serpientes mordiendo la cabeza de la figura humana, pero sobre todo, disiento de que esa figura se trate de un híbrido entre humano y vegetal. En mi opinión, en este cuarto capitel, la serpiente vuelve a representar al demonio tentador y la figura humana, o bien se tapa los oídos para hacer caso omiso de esa tentación o reza para evitarla. Yo en este caso me decanto por la primera interpretación.
Tomando estos cuatro capiteles como un conjunto, se extrae una lectura para mostrar al fiel el Camino de la Salvación Eterna y así entrar en el Paraíso. Para lograrlo, los hombres tienen que imitar al dócil caballo que se deja guiar por Dios, comulgando con Él y, además, tienen que evitar las tentaciones.
El vano inferior presenta un menor número de imágenes en la que los grandes protagonistas son los leones. En el capitel de la izquierda se aprecian dos leones rampantes enfrentados, que representan la vigilancia, pues, estos animales son capaces de dormir con los ojos abiertos. Una vigilancia similar a la de Dios, que vela siempre por su pueblo. En el segundo capitel vuelven a esculpirse dos leones (se aprecia su melena y su larga cola), pero, en esta ocasión sujetan las piernas de una figura humana a la que no atacan, porque sus fauces están cerradas y apuntan al lado contrario de la víctima. A diferencia de lo expuesto por otros autores, yo no tengo dudas de que esta escena representa a Daniel en el foso de los leones, de forma muy similar a como aparece en la iglesia de Gama (Palencia). Daniel es desde los inicios del Cristianismo uno de los profetas que prefiguran la Resurrección de Cristo. Por su Fe en Dios, se salvó de morir devorado por las fieras y por ello es un ejemplo a seguir para los cristianos.
Como conclusión basta decir que estos capiteles representan la eterna lucha del Bien y el Mal, y, a través de la imitación de la conducta de prefiguras de Cristo como Daniel, de mostrarse siempre vigilante y de evitar las tentaciones, se haya el Camino a la Redención. No hace falta recalcar que el programa iconográfico seguido en Bedoña no tiene nada de novedoso y es bastante similar al de otras muchas iglesias del Románico Internacional, que beben fundamentalmente de fuentes como los Bestiarios Medievales.
Mi objetivo al redactar este pequeño artículo era aclarar algunas de las discrepancias que tengo sobre las descripciones de estos capiteles llevadas a cabo en diversas publicaciones y en internet y aportar una nueva lectura de los mismos. A pesar de todo, sería un error considerar que mi lectura de los capiteles es la verdadera, pero si creo que aportan una visión más adecuada para llegar a interpretarlos y tratar de sacar el significado que en ellos se esconde, aún teniendo muy presente, que, quizá, al reubicarlos en la nueva iglesia se modificó su disposición original.
Espero que aquellas personas que lean este texto y acudan con posterioridad a Bedoña disfruten de la visión de estos relieves e imaginen de cómo era la vida de aquellos humildes campesinos medievales.
Mi agradecimiento al Padre Jon Molina por haberme mostrado muy amablemente este templo y a todos aquellos profesores que a lo largo de mi vida me han llevado a amar aquellas cosas, que por simples que sean, nos hacen disfrutar.
Bibliografía
María Ángeles Currós: El lenguaje de las imágenes románicas. Una catequesis cristiana.
Agustín Gómez: Los inicios de la investigación sobre Arte Románico en el País Vasco.
Marta Moltó: La guía del arte románico. Mondragón-Bedoña.
Dulce Ocón: La arquitectura románica vasca: tipos, modelos y especifidad.
Fernando de Olaguer-feliu: El arte románico español.
Juan Plazaola: El arte románico en Euskal Herria.
AA.VV.: Ars Lignea: Zurezko elizak Euskal Herrian.
Antxon Aguirre Sorondo: Ermitas de Gipuzkoa.
José Herrero Marcos: Bestiario románico en Castilla-León y Cantabria.
Iñigo Ramírez de Ocáriz: Arrasate gure herria.
Louis Reau: Iconografía de los Santos Cristianos.