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En la primavera de 1782, las obras de la nueva torre de la iglesia de San Miguel iban a buen ritmo. La mayor parte de oficiales canteros que allí trabajaban eran de Oñati, como Domingo de Anduaga, Miguel de Marcoleta, Juan Francisco de Aristi alias “el famoso” y Baltasar de Aresnabarreta. Luego estaban Pedro de Ysasi Ysasmendi, de la anteiglesia de Gellao (Eskoriatza), Esteban de Arcelus, de Beasain, y Juan de Murua, de Elorrio, que se hallaba hospedado en la casa-posada que la familia de Aresnabarreta tenía en Kale Zaharra.
El domingo 5 de mayo, el grupo de oficiales se había propuesto pasar la tarde divirtiéndose (merendar, jugar a los naipes, beber vino). Casi lo consiguen, si no llega a ser por el suceso que, hacia el final de la velada, protagonizaron Anduaga e Ysasi Ysasmendi. Solían juntarse en la mencionada casa-posada de Aresnabarreta, que hacía las veces de “sociedad de la calle”. Eran las ocho y media cuando la madre del anfitrión les invitó a marcharse, aunque la fiesta, en palabras de los asistentes, duraría hasta cosa de las nueve o las diez. Fue durante esa prórroga, mientras Aristi y Arcelus jugaban, posiblemente, la última mano de la noche, cuando creció la tensión entre Anduaga e Ysasi-Ysasmendi.
Anduaga se dirigió a Ysasi Ysasmendi y le dijo, reiteradas veces, que le llevaría en la faltriquera hasta callevarría (actual Kale Barria), a lo que éste no respondió. Aresnabarreta, viendo del palo que iban, puso fin a la reunión hábilmente y mandó a todos salir fuera. A Ysasi Ysasmendi, las palabras de Anduaga, que dichas en público habían tomado dimensión, le retumbaban en la cabeza. Le había puesto en evidencia ante los demás y eso no podía quedar así. Ya en el zaguán, se dirigió a Anduaga y le dijo que allí estaba, y [que] qué le quería. Pretendía demostrarle que él también tenía agallas para llevarlo en la faltriquera hasta callevarría, a lo que éste, al ver el alcance que había tenido su reto, intentó quitarle hierro al asunto y contestó que no le había hecho mal alguno. Pero la pelea ya era inevitable. Y aunque ninguno de los dos sería el primero en empezar (como dirían después, al ser preguntados), lo cierto es que en el forcejeo Anduaga salió acuchillado.
Foto: luis perez.
La rapidez con que se produjeron los hechos y la oscuridad que cubría la estancia hizo que algunos de los testigos se perdieran ciertos aspectos de la pelea. En su transcurso Anduaga notó un pinchazo en el muslo y, aunque no vio cuchillo alguno, advirtió se le iba la sangre hasta los zapatos, algo de lo que luego se cercioraría al arrimarse a la luz que estaba en el descanso de la escalera. Gritó para que todos se enterasen de que Ysasi Ysasmendi usaba el cuchillo, a lo que éste, siendo agarrado por Arcelus, respondió que no era cierto y mostró las manos vacías. En ese punto intervendrían Aresnabarreta y Murua, que a empujones los sacaron a la calle, diciendo que no querían quimera en su casa, aprovechando entonces para cerrar la puerta a cal y canto y retirarse a la cocina, desde cuya ventana verían lo que sucedía fuera. Recordemos que Aresnabarreta era el propio de la casa y Murua su huésped.
Ya en la calle Miguel de Marcoleta intervino y consiguió que cesaran las hostilidades, aunque para ello tendría que emplearse a fondo. Se había quedado solo con ambos contendientes, ya que Aristi y Arcelus no tardaron en escurrir el bulto. Los ánimos estaban demasiado caldeados y los oponentes se retaron de nuevo. Hallándose ambos adversarios a cierta distancia, se oyó un relincho que en lengua vulgar se dice lecaio, e Ysasi Ysasmendi correspondió en el mismo tono, diciendo que era Anduaga quien había relinchado, y que era menester ir a buscarle. Murua, que a través de la ventana no se perdía detalle de cuanto pasaba fuera, oyó también el griterío, cuyo sonido, en medio de la oscuridad de la noche, detuvo por un momento su respiración. Sin embargo, Marcoleta pudo frenar la ira de sus compañeros y, al final, consiguió acompañar a Ysasi Ysasmendi a su casa. A Anduaga, por su parte, aunque quiso volver a la de Aresnabarreta, no le quisieron abrir la puerta, por lo cual, temeroso de la mucha sangre que se le iba acudió a casa de Juan Bautista de Alza, maestro cirujano, a fin de que le curase la herida.
La cuestión es que no hubo segundas partes y los contendientes no volvieron a enfrentarse. ¿Qué fue entonces lo que llevó a Anduaga a proferir aquel relincho? Pudo ser el temor a ser herido de nuevo. O un lastimero y desesperado grito de auxilio. Puede incluso que tratara de infundirse valor para llegar por su propio pie hasta la casa del cirujano. O puede que se tratara simplemente de una forma de liberar toda la tensión acumulada, nada más y nada menos. O, tal vez, como creyó su adversario, ordenaba sus ideas para una revancha que nunca llegó a producirse. Sea como fuere no nos cabe la menor duda de que estamos ante una manifestación del irrintzi, esa expresión sonora, tan genuinamente vasca, que se emplea principalmente para situaciones de júbilo, pero que también era usado, como es el caso, como grito de guerra al inicio de una pelea.
Iglesia de San Miguel.
A esas alturas de la noche, el Alcalde y su séquito ya se habían personado en el lugar de los hechos. En sus primeras investigaciones aparece en escena Francisca de Echavarría, moza soltera que habitaba en el aposento bajo de dicha casa, cuya intervención no hace más que confundir a la autoridad, cuando afirma que las gotas de sangre que su merced descubrió en la escalera eran de haber traído el sábado [anterior] la cabeza del buey de la casería de Osinurdín. No obstante, poco después, Ysasi Ysasmendi sería prendido y puesto en la cárcel, donde permanecería seis meses.
El parte médico hizo constar que el agredido tenía una herida en el muslo izquierdo, hecha con instrumento cortante, a distancia de seis dedos de la rodilla hacia la parte interna del muslo y que no era mortal. Al cabo de un mes ya había sido dado de alta y andaba por la calle. En cuanto al atacante, cuando se le preguntó por los restos de sangre del cuchillo que llevaba encima al prenderlo, respondió que trabajando en la obra de la torre de la iglesia se hirió la mano con una piedra y se limpió con [él]. Seguramente, las pruebas del ADN para la identificación de la sangre, que se emplean hoy día, hubieran sacado de dudas a los investigadores de la época y eso hubiera librado a Ysasi Ysasmendi de su larga prisión. Pero no fue así, y a primeros del mes de noviembre fue conducido al castillo de San Sebastián, donde quedó a la espera de cumplir los seis años de condena que se le habían impuesto, sirviendo en la Real Marina de su Majestad.
La primera piedra del campanario de la iglesia de San Miguel se colocó el jueves 15 de abril de 1779. La obra fue ejecutada bajo el proyecto del maestro arquitecto Manuel Martín de Carrera (*Beasain, 1742), después que lo aprobara la Real Academia de San Fernando, de la villa de Madrid. En una primera fase (que llegó hasta la media caña donde reposa la cornisa) intervinieron los maestros canteros Andrés de Segura Jáuregui (que tenía el taller en el barrio de Mendicocale, actual Mendiko Kalea), Joseph de Marcoleta, Marcos de Arregui y Pedro de Marcoleta; luego, a comienzos de 1781, tomaron el relevo Miguel Antonio de Umendia, Mateo de Bolinaga, Miguel de Berrondo y Manuel de Sagasti, que lo terminaron. La piedra utilizada se sacó de las canteras oñacinas de Ascontegui, Ansoabar, San Juan y las del barrio de Narria, descubiertas de hacía poco. El coste total superó los 25.000 ducados y en su financiación, además de la propia iglesia (con recursos propios y cantidades a censo), participaron el Conde de Oñati, Antonia de Ydígoras, viuda de dicha villa, y otros devotos. A mediados de 1786 las obras ya se daban por terminadas y Oñati veía cumplida así una aspiración secular manifestada por Domingo Martínez de Assurduy, abad de dicha iglesia, cuando en el otoño de 1592 pedía que se aumentara la altura del campanario, después que éste se había igualado con el tejado de la capilla mayor, a fin de que la villa y su jurisdicción pudiera oír el reloj y voces de campanas. Trece años antes (1769) Martín de Carrera había dirigido las obras de remodelación de la iglesia de Santiago, de Goronaeta (Aretxabaleta), cuyo barrio fue cuna de los Ysasi Ysasmendi.
Fuentes consultadas
Archivo Histórico Provincial de Gipuzkoa:
Protocolos Notariales: GPAH1/3045, GPAH1/3386, GPAH1/3388, GPAH1/3393, GPAH1/3407, GPAH1/3421, GPAH1/3422 y GPAH1/3437, para las obras de la torre nueva del campanario de Oñati (siglo XVIII), y GPAH1/0927 para las obras de remodelación de la Iglesia de Santiago de Goronaeta (Aretxabaleta), de 1769.
Archivo Municipal de Oñati:
1782. Causa criminal del alcalde y juez ordinario de Oñati, contra Pedro de Ysasi Ysasmendi, natural de Gellao (Eskoriatza), sobre las heridas causadas a Domingo de Anduaga. Caja 1024 exp. 32.
Obras consultadas:
ASTIAZARAIN, Mª Isabel, Arquitectos guipuzcoanos del siglo XVIII. Martín de Carrera, Manuel Martín de Carrera, Edita Departamento de Cultura, Educación, Deportes y Turismo de la Diputación Foral de Gipuzkoa, Donostia-San Sebastián, 1991.
“Sangre y gritos en la noche. Un caso de irrintzi...” formará parte de un trabajo sobre el origen de los Ysasi Ysasmendi, surgidos del valle de Lénitz, que verá la luz en la primavera del próximo año 2010.
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