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Ciencia, sociedad y sostenibilidad en la globalización

Ignacio Ayestarán es profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), investigador principal del proyecto “La sostenibilidad como paradigma post-kuhniano” financiado por la Cátedra UNESCO de Desarrollo Sostenible y Educación Ambiental de la UPV/EHU, y coordinador de la sesión “Culturas de la complejidad y paradigmas de la sostenibilidad en la globalización” en el XVII Congreso de Estudios Vascos. E-mail: ignacio.ayestaran@ehu.es

1- Señales de una globalización insostenible

En el año 1987 la Comisión Mundial para el Medioambiente y el Desarrollo (más conocida como la Comisión Brundtland) publicó su afamado informe Nuestro futuro común, donde por primera vez se definía internacionalmente el concepto de desarrollo sostenible como aquel tipo de desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Veinte años después de aquel informe, en el año 2007, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicaba el informe de evaluación Global Environment Outlook: environment for development (GEO-4), para valorar cómo se había transformado nuestro planeta tras dos décadas de preocupación por ese desarrollo sostenible. De acuerdo con el PNUMA, el mundo ha cambiado radicalmente desde 1987 a escala social, económica y ambiental: la población mundial ha pasado de tener unos 5.000 millones de personas a superar los 6.700, el comercio es casi tres veces mayor y la renta per cápita media ha ascendido en casi un 40%, pero de manera desigual –por ejemplo, un país medio del África subsahariana gasta tres veces más en pagar sus deudas que en proporcionar los servicios básicos a su pueblo–.

Foto: emrank

Foto: emrank.

Siguiendo al Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, el PNUMA también recuerda que el calentamiento global ya se está produciendo, puesto que 11 de los 12 años comprendidos en el período 1995-2006 han sido los más calientes desde 1850. Hay pruebas concluyentes de los efectos del cambio climático, como el aumento de la temperatura media de la Tierra en aprox. 0,74ºC desde 1906. Se prevé que el cálculo más aproximado de aumento en este siglo oscile entre 1,8°C y 4°C. Algunos científicos creen que un aumento de 2°C en la temperatura media global por encima de los niveles preindustriales es un umbral a partir del cual la amenaza de un daño grave e irreversible es más verosímil. La prueba visible de este calentamiento se encuentra en el retroceso de los glaciares de montaña, en el deshielo del permafrost, la ruptura prematura del hielo de ríos y lagos, la prolongación de los períodos de vegetación en las latitudes medias a altas, los cambios en los patrones de precipitación y las corrientes oceánicas, y la creciente frecuencia e intensidad de las olas de calor, temporales, inundaciones y sequías en algunas regiones.

Los principales cambios en el uso de la tierra a escala mundial desde 1987 han sido la pérdida de bosques (una media de 73.000 km2 anuales) y el correspondiente aumento de las tierras de cultivo, de áreas urbanas y pastos. Los bosques se han transformado fundamentalmente en tierras de cultivo, mientras que las tierras que se usaban antiguamente como tierra de cultivo se han transformado en áreas urbanas. Desde 2006 y por primera vez en la historia, más de la mitad de la población humana vive en ciudades y no en zonas rurales. Se espera, además, que esta tendencia siga aumentando en los próximos años. Por otro lado, cerca del 60% de los servicios de los ecosistemas del planeta que se han evaluado están degradados o se aprovechan de forma insostenible, con tendencias acentuadas en la pérdida de biodiversidad, con una tasa de extinción de especies 100 veces superior a las tasas observadas a través de los registros fósiles.

El agua contaminada sigue siendo una de las principales causas de enfermedad y muerte a escala mundial. La contaminación microbiana de las instalaciones de saneamiento inadecuadas, así como la eliminación incorrecta de aguas residuales y residuos animales son un problema de primer orden y se estima que tres millones de personas mueren todos los años por enfermedades relacionadas con el agua en los países en vías de desarrollo, la mayoría de ellas niños menores de cinco años. También se estima que 2.600 millones de personas siguen sin tener instalaciones de saneamiento adecuadas. Asimismo, los recursos de agua dulce disponibles cada vez son menores y es probable que para el 2025, 1.800 millones de personas vivan en países con graves carencias en recursos hídricos.

Foto: Snap®

Foto: Snap®.

La contaminación atmosférica exterior en ciudades perjudica de forma desproporcionada la salud de los más pobres y de otros sectores sensibles de la población, poniendo en peligro la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, especialmente el de garantizar una buena salud para todos y el de sostenibilidad ambiental. Se cree, según datos del PNUMA y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que 800.000 muertes anuales están relacionadas con la contaminación exterior, sobre todo en las grandes ciudades.

Todos estos datos dan una imagen de los 20 años de degradación a pesar de las medidas crecientes por el desarrollo sostenible. En la actualidad, hay todavía señales muy alarmantes, especialmente en un momento de crisis económica y financiera mundial como la actual. En septiembre del 2009, la directora del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, Josette Sheeran, informó de que, por primera vez en la historia, el número de personas que pasa hambre en el mundo había superado los 1.000 millones: en el 2009 se había llegado a 1.020 millones de personas con hambre, mientras que a mediados del 2008 esa cifra era de 862 millones de personas. Al mismo tiempo, los países más ricos siguen recortando las ayudas humanitarias a causa de la crisis financiera global, hasta el punto de que las donaciones han caído en el 2009 al nivel de hace 20 años. En el 2009 los países desarrollados sólo habían confirmado 1.779 millones de euros de los 4.585 que necesita el PMA para alimentar a 108 millones de personas en 74 países. La directora del PMA informó de que con menos del 1% de lo que los países ricos han gastado en salvar los sistemas financieros se podría solucionar el problema del hambre en el mundo.

Por otro lado, el grupo que sigue el desarrollo de los Objetivos del Milenio de la ONU criticó también en septiembre del 2009 el incumplimiento de los compromisos por parte de los países del G-20 (las economías más ricas y las emergentes). Desde 2005, el G-20 ha dejado de aportar 23.000 millones de euros anuales para cumplir con dichos objetivos. En este punto, hay que recordar que cada tres segundos muere un niño en el mundo antes de cumplir los cinco años –10 millones cada año– y la mayoría de las veces por causas que podrían prevenirse, viviendo el 99% de estos menores en países en desarrollo, según recuerda el estudio de la organización Save the Children dado a conocer en el 2008.

Las políticas sociales y económicas tienen efectos determinantes en las posibilidades de que un niño crezca y desarrolle todo su potencial, y tenga una vida próspera, o de que ésta se malogre. El informe Closing the gap in a generation, publicado en agosto del 2008 por la Comisión de Determinantes Sociales de la Organización Mundial de la Salud, ha puesto de manifiesto que la esperanza de vida de un niño difiere enormemente en función de donde se haya nacido: la esperanza de vida de una niña que nazca hoy puede ser de 80 años en determinados países, o de 45 años en otros. En Japón o en Suecia puede esperar vivir más de 80 años, en Brasil 72, en la India 63 y en algún país africano menos de 50 años. Dentro de un mismo país, las diferencias con relación a la esperanza de vida son dramáticas y reflejan la situación mundial. Los más pobres de entre los pobres padecen elevados niveles de morbilidad y de mortalidad prematura.

El informe citado de esta comisión de la OMS pone de manifiesto que la esperanza de vida varía radicalmente entre los países ricos y los más pobres, y dentro de cada país viven menos los más desfavorecidos. Por ejemplo, la esperanza de vida al nacer de las mujeres en Japón, de 86 años, duplica a la que tienen las mujeres al nacer en Zambia, que es sólo de 43 años. Si la tasa de mortalidad infantil es de 2 por 1.000 nacidos vivos en Islandia, ésta aumenta hasta más de 120 por 1.000 nacidos vivos en Mozambique. Y si el riesgo de muerte materna durante el parto o poco después de él es de sólo una por cada 17.400 mujeres en Suecia, llega hasta una de cada ocho en Afganistán.

Este tipo de diferencias también se aprecian claramente dentro de un mismo país. La OMS ha constatado la existencia de “gradientes sanitarios” dentro de los países. Por ejemplo:

El informe mencionado de la Comisión de Determinantes Sociales de la Organización Mundial de la Salud aporta una visión global de los determinantes sociales de la salud y concluye con una realidad obvia y preocupante. La mala salud de los pobres, el gradiente social de salud dentro de los países y las grandes desigualdades sanitarias entre los países están provocadas por una distribución desigual, a nivel mundial y nacional, del poder, los ingresos, los bienes y los servicios, y por las consiguientes injusticias que afectan a las condiciones de vida de la población de forma inmediata y visible (acceso a atención sanitaria, escolarización, educación, condiciones de trabajo y tiempo libre, vivienda, comunidades, pueblos o ciudades) y a la posibilidad de tener una vida próspera. Esa distribución desigual de experiencias perjudiciales para la salud no es, en ningún caso, un fenómeno “natural”, sino el resultado de una nefasta combinación de políticas y programas sociales deficientes, arreglos económicos injustos y una mala gestión política. Los determinantes estructurales y las condiciones de vida en su conjunto constituyen los determinantes sociales de la salud, que son la causa de la mayor parte de las desigualdades sanitarias entre los países y dentro de cada país.

En un momento de crisis económica y penuria laboral también es conveniente recordar otros datos de este informe de la OMS. Se piensa que una mano de obra flexible beneficia la competitividad económica, pero ello repercute en la salud. Estudios realizados por la OMS muestran que la mortalidad es considerablemente mayor entre los trabajadores temporeros que entre los fijos. Hay una correlación entre los problemas de salud mental y la precariedad en el empleo (por ejemplo, contratos de trabajo temporal, trabajo sin contrato y trabajo a tiempo parcial). La precariedad laboral que percibe el trabajador tiene importantes efectos perjudiciales para su salud física y mental. Asimismo, las malas condiciones de trabajo pueden hacer que el individuo se vea expuesto a toda una serie de riesgos físicos para la salud, que tienden a concentrarse en los trabajos de nivel inferior. Además, el estrés laboral está relacionado con el 50% de las cardiopatías coronarias: los datos de que dispone la OMS muestran invariablemente que los trabajos con un nivel de exigencia elevado, la falta de control y el hecho de que el esfuerzo realizado no se vea suficientemente recompensado son factores de riesgo que pueden desembocar en problemas de salud física y mental.

El crecimiento económico y el avance de la equidad sanitaria registrados entre 1960 y 1980 sufrieron una desaceleración considerable durante el periodo posterior (1980-2005), pues la influencia de la política económica mundial afectó muy negativamente al gasto social y al desarrollo social. Además, en la segunda fase de la globalización (después de 1980), las crisis financieras han sido mucho más numerosas y frecuentes, los conflictos han proliferado y la migración forzosa y voluntaria ha adquirido grandes dimensiones. En esta segunda fase de la globalización, por caso, el África subsahariana y algunos países de la antigua Unión Soviética han experimentado un estancamiento y un retroceso en la esperanza de vida al nacer particularmente alarmantes. Asimismo, en 1980, los países más ricos que albergaban un 10% de la población del mundo tenían un ingreso nacional bruto que multiplicaba por 60 el de los países más pobres que albergaban un 10% de la población del mundo. Tras 25 años de globalización, en el 2005 la diferencia ha aumentado a 122, según el informe citado de la Comisión de Determinantes Sociales de la Organización Mundial de la Salud. Peor aún, se constata que en los últimos 15 años, en muchos países de ingresos bajos cada vez es menor la parte del consumo nacional que corresponde al quintil más pobre.

Foto: Photos8.com

Foto: Photos8.com.

2- Ciencia y sociedad sostenible: un reto global

Todos estos datos de diversas fuentes que se han expuesto deben hacer pensar que el desarrollo tecnocientífico e industrial de la globalización sigue proyectando a un mismo tiempo luces y sombras sobre la racionalidad del mundo actual. Ha habido tres formas de racionalidad que han impulsado y legitimado los procesos de modernización en los siglos XIX y XX: la técnica científica, el cálculo económico del capital y la regulación jurídica. Las tres formas de racionalidad han traído grandes adelantos sociales y humanos, pero también han demostrado ser insuficientes para sostener por sí mismas la racionalidad de la acción política en un mundo complejo y global.

Desde la racionalidad del desarrollo, la ciencia es uno de los ejes imprescindibles tanto para analizar como para remediar la insostenibilidad social y ambiental de esta fase ulterior de la globalización. La ciencia moderna nos permite investigar y procesar todos estos datos, pero en otros casos la tecnología y la industrialización de base científica han generado graves problemas a medio y largo plazo. La tecnociencia actual ha cambiado nuestra imagen del mundo y ha alterado nuestra ideología tecnocrática desde una perspectiva crítica. Las sinergias entre ciencia y sociedad se han modificado a lo largo del siglo XX. Por ejemplo, la experimentación actual ya no se limita al laboratorio, que antes dirimía el valor de los hechos. Ahora la diferencia entre lo interno (la ciencia) y lo externo (la sociedad) ha sido borrada en muchos casos. Desde Pasteur, la sociedad entera se ha convertido en un inmenso laboratorio sin fin, tal y como lo ha descrito Bruno Latour, cuando la campiña entera de Francia y sus granjas se pasteurizaron por primera vez. La ciencia ya no comienza ni termina en las paredes del laboratorio. El laboratorio antes reproducía artificialmente la naturaleza, para manipularla al antojo del científico. Ahora toda la sociedad es un inmenso laboratorio. Las grandes dimensiones de las empresas tecnocientíficas han hecho de cada accidente un nuevo campo de estudio social y científico. Hiroshima, Chernobyl, Bhopal, Exxon Valdez, Prestige, son ejemplos de esta nueva fase experimental inédita en la historia de la humanidad.

Con la modernidad, el laboratorio invadió la naturaleza, pero ahora los efectos perversos sobre la naturaleza vuelven a nosotros convirtiendo nuestros cuerpos y nuestras vidas en improvisados laboratorios. En este nivel, ya no cabe hablar de una separación radical entre la ciencia y la política, entre los hechos (científicos) y los valores (políticos). La separación entre los objetos (hechos) y los sujetos (valores), que la filosofía moderna había subrayado desde Hobbes y Descartes hasta Comte y el Círculo de Viena, ha llevado a un empacho de naturaleza, que al final nos ha hecho regresar a los valores, tras encontrarnos con los límites de la ciencia y de la industrialización. Naturaleza y sociedad parecen formar parte entonces de una misma red híbrida tecnopolítica, en la interfaz entre los sistemas sociales y naturales. Ya no es admisible subrayar que el dato y el hecho son la última frontera del científico, y que los valores éticos y culturales quedan para la trastienda del laboratorio. El fetichismo del empirismo tecnocientífico que establecía la dicotomía a ultranza entre la teoría y la práctica, entre hechos y valores, se ha encontrado con sus propios límites. La naturaleza, como objeto neutral de la ciencia, también se ha visto finalmente afectada por su carácter social. Cuando ya no queda ningún rincón del planeta por explotar, nos hemos encontrado a nosotros mismos con un montón de cenizas radioactivas en nuestras manos, esperando el cambio climático global sobre nuestras cabezas.

Foto: Only Sequel

Foto: Only Sequel.

Mientras tanto, el paradigma que postulaba una “Naturaleza” externa al sujeto, sometida a leyes universales e independientes del observador, ha dado lugar a otro en el que se habla de “Medio Ambiente” como un concepto o un conjunto de conceptos que designan una relación del medio con un sujeto dentro de un sistema, ya sea en función de una especie o en función de un grupo dentro de un proceso de adaptación y selección. Mientras antes se creía en una “naturaleza en sí”, ahora el medio ambiente supone un paradigma relativo a otros, dentro de ecosistemas abiertos con sus umbrales y límites. Desde esta nueva perspectiva, conviene asumir que la democracia es el régimen de los límites plurales y de la resiliencia de los sistemas sociales, y en esto coincide con la sostenibilidad, porque ahora el gran desafío de la sostenibilidad es articular los sistemas sociales de manera que no colapsen, como han demostrado Robert Costanza y sus colaboradores.

La democracia no es sólo un sistema político que prevé la representación de los ciudadanos mediante un sistema de partidos con un sufragio censitario. Una sociedad democrática es un sistema caracterizado por la convivencia y por la supervivencia sostenibles, junto con el aprendizaje colectivo y social continuo. Esto último se manifiesta también en el hecho de que la comunidad científica ya no esté dominada por un solo valor epistémico o un solo patrón de actuación tecnológico. La confrontación entre expertos en el juego de peritaje-contraperitaje ha abierto el debate tecnocientífico y lo ha socializado en las investigaciones sobre la sostenibilidad. La complejidad de las problemáticas ecológicas hacen que la ciencia y la tecnología sean más controvertidas, pero también más ricas y plurales. En el tratamiento de los fenómenos complejos globales la tecnociencia no ofrece una única respuesta, sino una pluralidad de modelos que responden a diversas motivaciones e intereses -pluralidad que además soporta el progreso científico como un fluir de autocríticas metodológicas-.

Esta incursión de las sociedades democráticas y plurales en la ciencia y en el conocimiento supone una nueva forma de democracia más preocupada por nuestros estilos de vida y sus múltiples interconexiones. Susan Hazen, directora del Departamento de Asistencia Ambiental de la Agencia del Medio Ambiente de Estados Unidos, afirmaba que del mismo modo que los consumidores piden la identificación clara de los alimentos que consumen y los medicamentos que toman, la gente expresa ahora su derecho a saber qué hay en el aire que respiran, en el agua que beben y en la tierra sobre la que viven y juegan. En la misma línea, Jordi Bigues ha expresado la necesidad de reivindicar una “democracia ambiental” como un derecho básico de acceso a la información ambiental en estas materias, que se manifiesta u ordena en otros tres derechos: el derecho a saber, el derecho a participar y el derecho a corresponsabilizarse.

Llegados a este punto, se hace imprescindible cambiar tanto nuestras orientaciones científicas como nuestras directrices políticas. En el ámbito de la ciencia ya se detectan algunos cambios transcendentales. En los últimos años se ha constituido un esfuerzo de diversos científicos por constituir un paradigma emergente de la “Ciencia de la Sostenibilidad global”. Así, por caso, en el año 2001, delegados de más de 100 países que participan en los cuatro principales programas de investigación internacional sobre el cambio ambiental global hicieron suya la denominada Declaración de Ámsterdam, donde se ofrecía un consenso en torno a cinco puntos:

1- La Tierra se comporta como un sistema único y autorregulado, formado por componentes físicos, químicos, biológicos y humanos.

2- Las actividades humanas están influyendo significativamente en el ambiente de la Tierra de numerosas maneras, además de las emisiones de gases de efecto invernadero y el cambio climático.

3- El cambio global no puede ser entendido en términos de un simple paradigma de causa-efecto. Los cambios impulsados por el ser humano causan efectos múltiples en cascada que recorren el Sistema de la Tierra por vías complejas.

4- La dinámica del Sistema de la Tierra se caracteriza por umbrales críticos y cambios abruptos. Las actividades humanas podrían desencadenar inadvertidamente tales cambios, con severas consecuencias para el ambiente y los habitantes de la Tierra.

5- En términos de algunos parámetros ambientales claves, el Sistema de la Tierra se ha movido claramente fuera del rango de la variabilidad natural exhibido por lo menos a lo largo del último medio millón de años.

Sobre esta base de la Declaración de Ámsterdam, los programas internacionales sobre el cambio global pedían a los gobiernos, a las instituciones públicas y privadas y a los pueblos del mundo unanimidad en dos demandas:

1- Se necesita urgentemente un marco ético para las estrategias y la administración globales en la gestión del Sistema de la Tierra.

2- Se requiere un nuevo sistema de ciencia del medio ambiente global.

Finalmente, pero no menos importante, en relación a los cambios de las directrices políticas, sería conveniente hablar menos de “desarrollo sostenible” o de “crecimiento sostenible” y, en su lugar, hablar más de las “sociedades sostenibles”. Recordemos que Donella Meadows y su equipo definen una sociedad sostenible como aquella sociedad que es capaz de persistir durante generaciones y que es suficientemente clarividente, flexible y sabia para no socavar sus sistemas de apoyo físicos ni sociales. Éste es el reto del progreso genuino y duradero.

Referencias bibliográficas

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