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La revista Gernika y la literatura vasca II: literatura

Aitor ORTIZ DE PINEDO

La revista Gernika publicó poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria.

Dividiremos a sus autores en tres grupos: el de los posteriores a Juegos Florales, el de los seguidores de las tendencias de pre-guerra y, finalmente, el de los innovadores.

Para llegar a esta clasificación hemos tenido en cuenta la lista de características de la poesía moderna incluida en el libro Los hijos del limo de O. Paz (1974) y hemos analizado la frecuencia de aparición de dichas características en los textos de la revista. A continuación incluimos algunas de las características de la literatura moderna: negación de la tradición y del clasicismo; sensibilidad; pasión crítica; veneración de la juventud; reconocimiento de la importancia de la historia; búsqueda incesante de la perfección en el futuro; prioridad de la acción frente a la contemplación; apuesta por el trabajo, el progreso y la política en lugar de la penitencia, la gracia y la religión, respectivamente; angustia producida por la desaparición del Dios cristiano; manifestación del Yo impulsada por los protestantes, etc.

O. Paz describió dos características principales de la poesía moderna: la analogía, es decir, un modo anti positivista de entender el mundo, y la ironía, la conciencia de que el mundo es frágil. A continuación, detallaremos los distintos grupos de autores:

Posteriores a los Juegos Florales: Dominique Dufau (1880-1956), notario de Senpere, Jokin Aldabe (1883-?) e Iñaki Larramendi (1874-1960).

En este grupo, cabe destacar a D. Dufau por la calidad de su trabajo en Gernika. Este ensayista perteneció a Eskualtzaleen Biltzarra, y sus artículos dan una idea de la perspectiva defendida por dicha asociación.

Ignacio Eizmendi Manterola Basarri

Ignacio Eizmendi Manterola Basarri.

Propugnó la transmisión de tradiciones de una generación a otra, ya que las consideraba un tesoro etnográfico inamovible; consideraba que se encontraban en peligro debido al proceso sin retorno en el que las habían embarcado el turismo costero, la emigración a América, la primera escolarización obligatoria y laica de los franceses (ley de Jules Ferry de 1882) y las dos guerras mundiales. D. Dufau luchó para que se mantuvieran las tradiciones y la lengua y quiso erigir a la mujer en centinela de dichas costumbres, ya fuera madre, esposa o hija. Cada una en su ámbito debía garantizar la reproducción del pasado (ver el artículo intitulado “Amacho”, nº 11 de Gernika).

Dufau enumeró algunos recursos para ensalzar a los euskaldunes: la dignidad que les devolvió A. Xaho (“un euskaldun solamente se quitará la boina ante el Dios” escribió), la personalidad especial que les aporta la mitología popular (las lamias1 entregaron un báculo a Ganich, el prototipo euskaldun, para que hiciera pagar a los forasteros sus injurias) y la alabanza de la expresión popular que se produce en los Juegos Florales. No obstante, las fiestas vascas tenían sus limitaciones, ya que sus organizadores no contaban con formas de expresión más elevadas (literatura, música culta, artes, etc.) y solamente giraban en torno al folklore (“Ganichen makhila”, G. 12).

Al principio, los Juegos Florales transmitieron una imagen alegre de los euskaldunes que languideció hasta convertirse en tristeza debido al rumbo que tomaron los acontecimientos. Desde el punto de vista de la Modernidad, puede decirse que el mundo y las costumbres existentes alrededor del euskara eran concebidos como reserva y refugio por las cabezas pensantes; confiaron en el poder de lo simbólico sin reparar en otras maneras de revigorizar la tradición.

Entre los seguidores de las tendencias de pre-guerra encontramos a Iñaki Eizmendi “Basarri” (1913-1995), Eusebio Erkiaga (1912) y Nikolas Ormaetxea “Orixe” (1888-1961).

Basarri había sido ertzaina y lo pasó muy mal en el extranjero cortando pinos en las Landas, un trabajo que los franceses no querían hacer (“Atzerriko bizitza”, G. 14). Al volver a la España nacional, tuvo que participar en los batallones de castigo obligado por el régimen.

En una composición bersolarística habla de los caseríos como de los últimos baluartes del euskara. Les ruega que persistan en esa soledad autárquica. Las esencias están en el caserío; también son la procedencia de los apellidos de los prohombres vascos (“Euskal baserriak”, G. 6)

También describió con realismo la dura forma de vida de los pescadores, sin idealizaciones y sin indicaciones sobre cómo mejorar sus condiciones laborales. Simplemente solicitó al lector su gratitud hacia ellos, y recomendó a todos la solicitud de protección a la Virgen María (“Arrantzaleak”, G. 9).

Por otra parte, desaprobó la costumbre de quitarse el albornoz en la playa y recordó a los jóvenes la fugacidad de la vida terrenal. En resumen, en ocasiones, este versolari que se mostraba distante del ser humano mundano y reticente con el progreso sabía ser realista (“Itsas-Ertzetako kontuak” G. 13).

En otro orden de cosas cree que los estragos producidos por el “enfado” del mar que se vivió en aquella época pueden explicarse mediante una perspectiva teocéntrica. El incorrecto comportamiento moral del ser humano es el culpable del desastre natural que asoló la costa azotada por el mar (“Itsasoa haserre”, G. 15).

Eusebio Erkiaga se adentra en el camino del labortano clásico propuesto por F. Krutwig en uno de sus poemas (“Leihoan”, Gernika 19) y en otros escritos. Este autor vivió en Bilbao y trabajó en un banco. En su poema “Bethi gose” (G. 17) se observan similitudes con el existencialismo cristiano, pero posteriormente se muestra contrario a los defensores de dicha filosofía e incluso los compara con los Epicúreos en su poema “Jean Paul Sartre’ren ardi galduak” (Egan 2-1951), entendiendo el epicureísmo como lo hace la filosofía popular; es decir, como búsqueda torpe de placeres inmediatos. Este poeta, que comenzó a publicar en la pre-guerra, tuvo un acercamiento hacia los escritores más jóvenes en la post-guerra, pero posteriormente se alejó de ellos desde el punto de vista del lenguaje y del pensamiento.

Erkiaga definió ciertos elementos clave necesarios para que la planificación lingüística fuera eficaz en el ámbito social: las escuelas, los versolaris y el prestigio académico (por ejemplo, las palabras laudatorias del lenguaje del prestigioso filólogo Antonio Tovar). (“Erabiltzeke eztugu euskara lantzen ahal”, G. 22).

Orixe entendía el humanismo de un modo totalmente confesional. Los términos cultura y civilización le resultaban sospechosos y afirmaba odiarlos. Ponía las buenas costumbres por encima del conocimiento y estaba lejos de defender la ciencia moderna sin matices (“Gizabidea” G. 11 y 12).

Nicolás Ormaechea pellejero “Orixe”

Nicolás Ormaechea pellejero “Orixe”.

Se enfrentó a la tibieza de muchos cristianos y la criticó con osadía. A pesar de observar el descenso en el número de parroquianos, no consideraba necesario actualizar la Iglesia.

Luchó contra el individualismo y afirmó que la ética cristiana bastaba y sobraba para regular la conducta.

Los principales innovadores son Jean Diharce “Iratzeder” (1920-2008), Andima Ibinagabeitia (1906-1967), Federiko Krutwig (1921-1998) y Jon Mirande (1925-1972).

Iratzeder participó en la 2ª Guerra Mundial y conoció mundo antes de decantarse por la vida de fraile. Le preocupaban los altibajos del euskara y consideraba que estaban causados por la escuela, el turismo y la avaricia (“Zenbat gazteri”, G. 22). La vacuna contra dichas causas era la comunión espiritual, tal y como podía verse en los bailes y cantos de las plazas de los pueblos (“Berritz ere”, Gernika 9). Además, el euskara es el idioma de Dios. Este misticismo tiene un carácter telúrico: los lazos de unión que siente por la tierra vasca le dan valor (“Haitz-pean”, Gernika 11).

A. Ibinagabeitia actualizó la actividad cultural vasca. Supo ser compañero de los más jóvenes. Mostró su apertura al acoger de buen grado la poesía de J. Mirande y alentar al poeta. La poesía debe reflejar las vivencias del ser humano sumergido en su cotidianidad. Ibinagabeitia vio cómo J. Mirande homologaba la literatura vasca con lo que en Europa era habitual (“Olerkariarenean”, G. 23).

Por otra parte, A. Ibinagabeitia defendía el derecho a defender críticamente cualquier idea, incluso las opiniones políticas anti convencionales publicadas por Gernika que al parecer aceleraron el cierre de la revista.

F. Krutwig hizo una crítica humanista de la modernidad. Sintió que, tras la Guerra Mundial, el sueño de la Ilustración se había convertido en pesadilla: después de la 2ª Guerra Mundial duda de la existencia de un progreso incesante; considera que el industrialismo ha animalizado al trabajador y que el materialismo ha empobrecido el espíritu (“Humanismu, gizabidea”, G. 17).

Quiso encontrar la salida al desastre de Occidente en Oriente, cuyos filósofos defienden la imposibilidad de conocer el mundo (Mâya-ren oihala: el velo de Maya) y desarrollan un escepticismo epistemológico. Dicho escepticismo lleva a la tolerancia, ya que considera que no existe una única verdad; observa el mundo con ironía (“Gernikako Arbolaren Fruktuak”, G. 15).

F. Krutwig denuncia lo que denomina Nazinokeria, es decir, el deseo de poner cada uno su nación por encima de las otras, porque considera que desemboca en la guerra. Su paralelo lingüístico sería el purismo; sin embargo, F. Krutwig afirma que Europa posee un sustrato griego común, una idea que se refleja en varios artículos liberales publicados por F. Krutwig en Gernika (“Euskera Euskalerriaren Kultur-Bidea ledin izan”, G. 14).

Jon Mirande era de origen suletino y vivía en París. Tuvo contacto con varios vascófilos de la época, como fueron los colaboradores de Gernika A. Ibinagabeitia, F. Krutwig y Tx. Peillen. Publicó en la revista algunos de sus primeros textos.

Las rompedoras ideas políticas de J. Mirande pusieron en peligro la supervivencia de la revista y, al parecer, aceleraron su cierre. En algunos sectores nacionalistas no gustó la apertura humanista de Gernika. No olvidemos que J. Mirande criticaba los actos de los nacionalistas fieles y formales. Para él resultaba ejemplar la Euskal Herria expansionista con los pueblos vecinos (vasconi inquieti), aquella que invadió la Gascuña y amplió hacia el sur el Reino de Navarra. Deseaba que Euskal Herria se uniera a otros pueblos minorizados de Europa para lograr el autogobierno, y quiso romper con el parón vivido por los nacionalistas en el contexto de la Guerra Fría (“Abertzaletasunaren inguruan”, G. 25).

También publicó poemas eróticos que pretendían aligerar el peso de los quehaceres más serios del momento, puesto que, en su opinión, la poesía tenía una importancia lúdica similar a la de la pelota en la vida del pueblo. Ese uso libre del erotismo le valió un rechazo tajante por parte de otros colaboradores de Gernika. En uno de sus cuentos, por ejemplo, describe el fin trágico de un trabajador normal que se guía por las conveniencias habituales a la hora de elegir una profesión y contraer matrimonio (“Ametsa”, G. 19).

J. Mirande se muestra irónico frente a la realidad. Dota a sus poemas de un ritmo analógico al estilo de los románticos ingleses (leía el inglés antiguo, a W. Blake...): además de la rima, la repetición de grupos fónicos en los versos genera una resonancia especial (“Ametsetarik”, G. 16).

Para finalizar, indicaremos que en la literatura de Gernika existen ya algunos indicios que apuntan a la ruptura generacional que se produciría en torno al año 1960.

1 Seres mitológicos vascos con forma de mujer en su mitad superior y pies de ave (N. de la T.).

 

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