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Raúl LÓPEZ ROMO, Universidad del País Vasco
En la tesis que aquí voy a resumir, a partir de tres casos de estudio, los movimientos gay, feminista y antinuclear, he pretendido profundizar en varias de las principales características de la segunda mitad de la década de 1970 en Euskadi. Éstas son la conflictividad y el cambio social, la violencia política y la institucionalización democrática, con especial atención al primero de esos elementos, pero sin perder de vista los otros dos.
La Transición fue un tiempo breve, pero extraordinariamente intenso. Un tiempo que en los próximos años va a seguir generando investigaciones académicas planteadas desde diversos ángulos, porque todavía hay múltiples e interesantes detalles políticos, económicos, sociales y culturales por conocer e interpretar. Y porque, además, junto a otros episodios como la Guerra Civil, la Transición marca uno de los hitos principales de la historia española del siglo XX.
Se trataba de realizar una aproximación no sólo al cambio político en Euskadi, sino también abordar otro tipo de transformaciones de hondo calado que se han ido produciendo en la sociedad vasca, y que precisamente explotaron con intensidad en el espacio público en la Transición. Son cambios ligados a la reformulación de las identidades colectivas (no sólo nacionales, sino también de género o de orientación sexual) y a pautas pertenecientes a la esfera de la vida cotidiana.
Foto: -Marlith-.
El estudio se fue concretando en torno a los cambios que han tenido lugar en las formas como se ha visto socialmente la homosexualidad, los roles ligados al género femenino o las relaciones entre las personas y el medio ambiente. Todo ello bien ligado a un contexto particularmente convulso de la historia reciente vasca, de tal manera que pudiese aportar un grano de arena en una línea en la que se encuentran trabajando varios historiadores y que, sin desdeñar la atención que ha de prestarse al proceso político, está integrando en la historiografía de la Transición diversos temas como el feminismo, el ecologismo o las protestas de los gays. La comparación entre los movimientos gay, antinuclear y feminista parecía apropiada, porque los mismos tuvieron una serie de características en común, entre las que destacan su surgimiento simultáneo en los inicios de la Transición, su vinculación al campo de la izquierda y su vocación transformadora.
El estudio partía cronológicamente de un régimen, el franquista, que no sólo fue centralista y dictatorial, sino al que también pueden colgarse apelativos como homófobo, machista y productivista. La homosexualidad estaba penalmente perseguida y socialmente despreciada, las mujeres eran discriminadas por motivo de su sexo y los proyectos de centrales nucleares proliferaban ajenos a cualquier garantía de control público (se propusieron más de una veintena en toda España, de los que tres estaban situados en la costa vasca, siendo Lemóniz el más conocido).
Durante la Transición sorprende la velocidad a la que se produjeron algunos cambios significativos, que fueron impulsados desde el ámbito político y que afectaban a los terrenos que aquí más nos interesan. El adulterio y el amancebamiento dejaron de ser delito, se legalizaron los anticonceptivos, se despenalizó la homosexualidad, se aprobó una ley de divorcio, se paralizó la construcción de la central nuclear Lemóniz... Todo ello en menos de una década desde 1975, fecha de la muerte de Franco. En paralelo a la redacción y aprobación en referéndum de una Constitución, al desarrollo del Estado de las Autonomías (con la promulgación, entre otros, del Estatuto de Gernika) y la convocatoria de elecciones democráticas en los diversos escalones: generales, autonómicas, forales y municipales. Y es que detrás de las citadas transformaciones legales latían hondas transformaciones sociales y culturales y, por supuesto, también transformaciones políticas.
En el País Vasco los movimientos feminista, gay y antinuclear hicieron sus primeras apariciones públicas en forma de manifestaciones a partir de 1976. Las oportunidades políticas para la exteriorización de las protestas fueron desde esa fecha más amplias que en vida del dictador Francisco Franco. Por lo tanto, hay que tener en cuenta el impulso ejercido por las organizaciones de los movimientos sociales, quienes frecuentemente se adelantaron a otros actores como partidos o sindicatos la hora de sacar a la calle diferentes asuntos, haciéndolos así visibles y poniéndolos en la agenda pública. Pero también hay que considerar la responsabilidad de los representantes políticos, quienes las condujeron al foro parlamentario y las aprobaron.
En el fondo, simplificando, de lo que se trataba era de hacer una historia de la Transición en la que figurasen con un papel protagonista equilibrado tanto los políticos profesionales como los movimientos sociales. Esto encajaba en una línea historiográfica, seguida por autores como Pamela Radcliff o Manuel Pérez Ledesma, según la cual el proceso de democratización característico de la Transición española no se explica sin la intervención de la conflictividad desde abajo, pero tampoco sin el papel rector de las elites políticas.
Como diversos historiadores han señalado, la Transición presentaba en el País Vasco algunas singularidades, que hay que cifrar, especialmente, en el vigor de un sector político y social antisistema, minoritario pero extremadamente radicalizado, y en la intensificación de un ciclo de violencia política protagonizado fundamentalmente (aunque no exclusivamente) por la organización terrorista ETA militar y legitimado por el citado sector. En esa espiral violenta ultranacionalista se alcanzaron cifras de hasta un centenar de asesinatos por año.
Una parte de las organizaciones de los movimientos sociales justificó o se mantuvo en silencio ante la violencia política. Desde el momento en que se comprendió o aplaudió la eliminación física del considerado como enemigo, el discurso de aquellas quedaba alejado de la defensa del derecho a la vida. Baste como ejemplo los asesinatos de los ingenieros jefe de Lemóniz (José María Ryan y Ángel Pascual), perpetrados por ETA militar, atentados que nunca fueron condenados por las principales organizaciones antinucleares vascas (Comités Antinucleares y Comisión de Defensa de una Costa Vasca No Nuclear).
En resumen, de lo que se trataba era de hacer una historia que tuviese en cuenta tanto las luces como las sombras de los movimientos sociales, así como las diferencias y similitudes existentes entre ellos. Una historia escrita no para contentar a una parcialidad concreta, sino para intentar comprender y explicar la complejidad de una época en la que las acciones colectivas para alcanzar conquistas sociales se sucedieron con gran intensidad, pero en la que el terrorismo, con sus efectos des-democratizadores, tuvo un elevado impacto del que no todo el tejido asociado quiso o supo desmarcarse.
En el País Vasco, así como en el conjunto de España, es apropiado hablar, en términos generales, de la conexión entre democratización y feminismo, así como entre democratización y dignificación de la homosexualidad, todo ello en torno a una ampliación de los derechos de ciudadanía y de la igualdad social. Pero no cabría hablar tan contundentemente de vinculación entre democratización y protesta antinuclear por la legitimación, la tolerancia o el silencio ante ETA presente en la mayoría de las organizaciones vascas de este campo. Si seguimos la afirmación de Fatema Mernissi de que “todo debate en democracia hace referencia al pluralismo” (El Harén en Occidente, 2006, p. 33), se entenderá que cada acción dirigida a aterrorizar o a eliminar físicamente a un individuo o a un grupo determinado integrante de la sociedad, o cada palabra dirigida a comprender o aplaudir esa acción, choca radicalmente contra cualquier principio de convivencia democrática, por lo que habrá que situar tal discurso y tales prácticas en un lugar diferente al de la democratización que desde 1975 España, y el País Vasco con ella, estaba experimentando.
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