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Juan AGUIRRE SORONDO
Desde su fundación en pleno siglo XIII y hasta los albores del XIX, Tolosa permaneció como una isla abrazada y protegida por las aguas del río Oria. Luego, como si intuyera las enormes exigencias de espacio que impondría el siglo naciente, colonizó las vegas de modestos cultivos que la limitaban e inició un gran ensanche al otro lado de la erreka Erretengibel, que a partir de entonces fluye silenciosa bajo los adoquines de la calle Gorosábel (antes Rondilla).
En la yema de esta prolongación urbana se erigió la Plaza de la Justicia, rebautizada con el tiempo Plaza de Euskal Herria, a la que accedemos por calles con nombres ilustres de nuestra cultura: Andía, pintor Lekuona o el mismo Gorosábel.
Ilustración: Josemari Alemán.
Gozó Tolosa del privilegio de capitalidad de Gipuzkoa a mediados del siglo pasado (1844-1854), al par que acogía un nuevo juzgado de primera instancia. Ante las necesidades que ello creaba, el Ayuntamiento, con ayuda de la Diputación y los pueblos del partido, encargó a los arquitectos Vicente de Unanue y José Eleuterio de Escoriaza la ejecución “en el costado del poniente” de un edificio para las nuevas cárceles “con casa del Juzgado al frente”. Transcurridos dos años, el palacio en doble planta ya estaba en pie, rematado exteriormente por un pequeño frontón enmarcando un reloj, el símbolo de la Justicia y labrada la fecha de 1853. También la plaza adquiriría poco a poco la fisonomía que hoy presenta: un conjunto rectangular con los clásicos soportales porticados alrededor del espacio público central.
La Plaza de Euskal Herria es contemporánea de los primeros balbuceos de la industria vasca. En 1842 el viejo molino de Nuestra Señora de la Esperanza se reconvirtió en fábrica de papel continuo, y con él comenzó un pujante sistema de producción que anticipaba el futuro económico de la provincia. En términos de Tolosa muy pronto le imitarían otras del mismo género (como las papeleras de L. Durás, La Guadalupe o La Guipuzcoana), y de distintas especialidades (las boinas Elósegui o la achicorería Limousin Hermanos).
Años de entreguerras para una Tolosa que se declaró carlista e isabelina durante la primera contienda según se expresara el pueblo o sus gobernantes, con la síntesis ilustrada de un liberalismo moderado defensor de los Fueros. Años locos también en los que vio a un rey abdicar aun a falta de papel, y a un matador consagrarse por sobrarle novillos. El primero fue el monarca sardo Carlos Alberto, que en fuga hacia Portugal tras la derrota del ejército italiano a manos del austriaco, aprovechó una noche de reposo en la posada de la Plaza Gorriti para dejar escrita su renuncia al trono en favor de Víctor Manuel II; y por no esperar a la llegada del protocolario papel de hilo, firmó sobre uno continuo, detalle insólito en la historia diplomática y primer acto publicitario de la joven industria papelera.
La Plaza de la Justicia sirvió y sirve todavía de coso festivo. El día de San Juan de 1865, en funciones de ruedo, fue escenario de un hecho que forma parte del anecdotario taurino. El granadino Salvador Sánchez Frascuelo, todavía mozo y aprendiz de diestro, se enfrentaba al tercero de los cuatro novillos de que debía dar cuenta esa tarde, cuando el último escapó del toril y saltó a la arena antes de tiempo. “El valiente de Tolosa”, como después le apodarían, lo atravesó a la primera embestida sin dar un solo capotazo, y consumió la faena con el novillo que le quedaba pendiente antes de salir a hombros. Pero también cuentan las crónicas que Frascuelo pasó la noche en vela sentado sobre su baúl por miedo a los ganzúas. Gajes de la fama...
Tras su última reforma y con la ubicación a finales de 2009 en el antiguo Palacio de Justicia del Centro Internacional del Títere, TOPIC, la Plaza de Euskal Herria ha recuperado su esplendor y brillo como espacio de referencia dentro de la trama urbana y sentimental tolosarra.
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