Humberto ASTIBIA, Facultad de Ciencia y Tecnología, Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea
La vida en el Zizur Menor de principios de siglo estaba marcada por las numerosas festividades y celebraciones religiosas. La población vivía temerosa de Dios. A este respecto, el libro titulado “Al airico de mi tierra” de Jimeno Jurío (1997) muestra, quizás mejor que ninguna otra publicación precedente, el ambiente religioso en el que vivieron nuestros padres y abuelos. El control sobre la vida de los feligreses era con frecuencia asfixiante. El cura de Zizur amenazaba con negar la comunión a las chicas que anduvieran en bici o bailasen con chicos. En aquel calendario festivo había días especialmente relevantes; por ejemplo el del Corpus Christi, con procesión por las calles del pueblo, para la cual los balcones de las casas se engalanaban con lienzos blancos y bordados, y los vecinos echaban juncos, lezcas y rosas por el suelo del recorrido. Otro día señalado era el de la llegada al pueblo del Angel de Aralar, que solían traerlo unos hombres muy azcarros. En Zizur, como en Pamplona, también se le cantaba el estribillo: “Mikel gurea, zaizu, Euskalerria”.
Respecto a otras festividades del Zizur tradicional, esta vez más “paganas”, caben destacarse los carnavales y las fiestas. Según decía la gente mayor, los carnavales no eran gran cosa. Había pocos mozos en el pueblo —las mujeres entonces no participaban en los carnavales— y, por tanto, la comitiva era más bien exigua. Unos pocos —los mozorros— se disfrazaban con caretas, faldas y ropas de colores, y con escobas y vejigas de cerdo hinchadas se dedicaban a asustar a las chicas y, lo que era más importante, pedir casa por casa chistorra, huevos y otros alimentos, para ?objetivo fundamental del carnaval? prepararse una buena merienda. Durante el carnaval estaba permitida hasta cierto punto la picaresca, pudiendo los mozos “robar” comida de ventanas y fresqueras.
Las fiestas se celebraban, igual que ahora, en el mes de Septiembre. Para entonces, la parra de moscatel que adornaba la fachada de Casa Argiñano estaba llena de racimos, que colgaban a monsos sobre las ventanas. Lo más destacado de las fiestas eran los actos religiosos, las comidas y, de preferencia para los jóvenes, el baile, que antes terminaba en jota y cadena o carricadanza (Fig. 6). Como no podía ser menos, las comidas eran de mucho kozkor e incluían el tradicional relleno y, entre los postres, los piporropiles. Al igual que en los entierros, se llenaban grandes mesas con muchos parientes y amigos. Tocaba por las casas dar de comer a los músicos.
Fig. 6.- Juventud del pueblo y alrededores en fiestas de Zizur Menor, en la primera mitad de años 30 del siglo pasado. Izquierda, posando probablemente en el tinglado para los músicos. Corre el chacolí. Apenas hay pañuelos atados al cuello y, probablemente, ninguno es rojo. Hay un predominio, sobre todo entre los mozos, de las camisas blancas, limpias, festivas, pero ningún pantalón o falda de ese mismo color. En esta y las otras dos fotografías se ven unos cuantos pares de alpargatas blancas. Canotiers o gondoleros y gafas de sol a la última moda, chic, pretenden dar un toque urbano y de modernidad a sus portadoras. Ellos, cuando se cubren la cabeza, lo hacen más con boina. Derecha arriba, juventud bailando la jota en la era del pueblo. El movimiento circular (espiral) recuerda los tradicionales bailes de la era e ingurutxos. Derecha abajo, hombres, mozos y niños, de animado paseo, posando frente a casa Roncal (Etxeberria). (Archivo familiar Astibia-Aierra).
La vida del Zizur de antaño discurría también mirando a Pamplona, a donde se iba a comprar y vender, y de donde subían, de vez en cuando, ruidosos coches que provocaban la curiosidad de los vecinos y el espanto de los animales y el ganado. Con cierta regularidad pasaban afiladores y vendedores ambulantes, como mieleros de la Alcarria, y tratantes de ganado. Hace un siglo, también solían aparecer “húngaros”, con osos y panderetas; probablemente gitanos de la Europa del Este.
En Zizur Menor hay una fuente medieval, hoy, si se me permite la expresión, salvajemente restaurada. A principios del siglo pasado todo el pueblo recurría a ella para aprovisionarse de agua. Decían los más ancianos que la fuente había sido construida por los “moros”, personajes cuya presencia en las creencias populares de Zizur no debe extrañar a los lectores, habida cuenta de que las historias de moros, turcos y cristianos son habituales en toda Europa. También decían que a esos moros los mataron más tarde los “frailes” sanjuanistas (en realidad los caballeros de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta), de los que, como es bien sabido, se conserva en Zizur Menor el nombre de una casa (Ordenakoa) y un templo medieval, —San Miguel Arcángel, del siglo XII—, resto de un importante monasterio y hospital de peregrinos del Camino —francés— de Santiago, que pasa por el pueblo. Esta historia es una más en la que el Bien vence al Mal, trayéndonos a la memoria las fiestas de moros y cristianos de los Países Catalanes y otras muchas zonas europeas, incluida Euskal Herria, o los enfrentamientos entre azules y rojos de la pastorales de Zuberoa.
Durante mucho tiempo la figura del moro ha encarnado en Europa al Otro, a la figura del Mal. Con todo, las creencias populares siempre lo han considerado como personaje fundador y hábil constructor de puentes y fuentes. El folclorista y antropólogo Juan Antonio Urbeltz (2000) relaciona la palabra “moro”, que es anterior al Islam, con el agua y las zonas pantanosas, con el terreno periférico más allá de los límites cultivados, (por ejemplo “moorland”, en inglés o “morea” en vasco, un término frecuente en la Cuenca de Pamplona, incluida la Cendea de Zizur), constituyendo en su opinión una vieja metáfora de lo que se cría y sale de esas zonas; más en concreto, del mosquito. El caballo de tantos carnavales sería, a su vez, una metáfora de la langosta. Avanzando en su hipótesis, Urbeltz argumenta que los bailes de espadas y danzas de moros, también los carnavales y fiestas del Corpus Christi y San Juan, constituyen en origen —y esto nos remontaría como pronto hasta el Neolítico— un conjuro y acción directa contra las enfermedades y las plagas, transmitidas y protagonizadas por los insectos, principal preocupación de las sociedades agrícolas.
Hoy Zizur Menor, como gran parte de la Cuenca de Pamplona y tantos entornos periurbanos, ha sufrido una enorme transformación física y demográfica. El cambio es inevitable pero, a la vista de los resultados, resulta difícil no dejarse llevar por la nostalgia de unos idealizados tiempos pasados.
A lo largo de este texto se han introducido intencionadamente algunas palabras vascas corrientes en el habla ya romance del Zizur del siglo XX, y que hoy, en parte por corresponder a un mundo rural ya desaparecido, con frecuencia suenan extrañas, incluso para muchos vasco-parlantes. Hay muchas más y también bastantes giros y expresiones que, aunque en franca regresión, todavía son corrientes en las conversaciones de los naturales. Ya se sabe que en Zizur, como en otros muchos lugares de Navarra, no hace viento, sino que anda el aire; no se es incapaz, sino que no se es cosa; uno no se hace daño, sino que toma mal, las cosas lejanas ¡en sitios están!, etc. Es bien sabido que en el siglo XIX la Cendea de Zizur y toda la Cuenca de Pamplona eran lugares vascongados. En la documentación de los siglos XVIII y XIX los nombres de las casas de Zizur Menor son las siguientes: Anchorizena, Arrietarena, Echeberricoa, Elcartearrarena, Elizondoa, Garchotena-Garchetorena, Larracecoa, Nagorerena, Nicolarena, Nonekoa, Ordenacoa, San Martinena, Zabalzarena y Zococoa (Jimeno Jurio, 1986). Los estudios del Príncipe Bonaparte (1863) y otros muchos autores (Irigaray “Apat-Etchebarne”, 1974; Jimeno Jurio, 1997, etc.) constituyen importantísimos documentos sobre las características y extensión histórica de la lengua vasca en la Alta Navarra y, a su vez, muestran la tragedia, irreparable desde tantos puntos de vista, de su pérdida. Con todo, desde hace años Zizur Menor es de nuevo crisol de euskaldunes. A ellos y a cuantos son amantes de nuestra cultura cabe dirigirse para animarles a recoger e integrar en su expresión este preciado legado lingüístico. El “Vocabulario Navarro” de Iribarren (1984 y ediciones anteriores) y el reciente libro de Mujika Urdangarin (2012) son obras de consulta obligada a este respecto. Algunos trabajos, como los realizados en Tafalla por Esparza Zabalegi (1979), en Artajona por Elorz Domezain (1997), en Tierra Estella por Etxaniz (2000), o en Valdizarbe y Val de Mañeru por Pérez de Laborda (2012) son valiosos testimonios y ejemplos de estudios sobre el terreno. Seguro que algunos mayores —y no tan mayores— de la zona, aún bien bizcorricos, colaboraríamos gustosamente en estas labores.
Estas líneas recogen ampliados los contenidos de una breve charla, impartida hace doce años, dentro de las actividades programadas en relación con la celebración en Zizur del “Oinez 2000”, fiesta de las ikastolas de Navarra. Agradezco a Ane Apezetxea, Mikel Bujanda y Jokin del Valle de Lersundi, por invitarme a participar en aquel evento. Marisol, Emilia y Teresa Roncal y María San Martín, de Zizur Menor, me han ayudado a identificar a algunas de las personas de las fotografías. Marisol Roncal, José Miguel Martínez Urmeneta y mis amigos de Iturralde, me han animado a publicar este artículo. Mila esker guztioi. El autor dedica este texto a la memoria de su madre María Jesús, de su tía Gregoria y de los demás miembros de la familia Ayerra Ansoain de Zizur Menor.
Ardanaz, N.; Cánovas, C. Y Esparza, R. (2000). Nicolás Ardanaz (1910-1982) : fotografías. Catálogo exposición, Museo de Navarra, 18 mayo-25 junio 2000. Nafarroako Gobernua, Hezkuntza eta Kultura Departamentua/Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, Pamplona.
Astibia, H. (1992). Consideraciones en torno a un vino olvidado: el chacolí de Navarra. Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, 59: 39-54.
Astibia, H. (2011). A propósito del chacolí (txakolina) de las merindades navarras de Pamplona y Sangüesa. Euskonews, 598, 2011 / 10-28 / 11 - 04.
Bonaparte, L. L. (1863). Carte des sept provinces basques montrant la délimitation actuelle de l’euscara et sa division en dialectes, sous-dialectes et varietés. Stanford’s Geographical Establishment, Londres.
Esparza Zabalegi, J. M. (1979). Lexicografía de Tafalla. Cuadernos de Etnografía y Etnología de Navarra, 31: 185-198.
Elorz Domezain, J. M. (1997). Léxico residual de Artajona. Fontes Linguae Vasconum, 76: 473-495.
Etxaniz, P. (2000). Vocabulario estellés. Fontes Linguae Vasconum, 84: 301-308.
Iribarren, J. M. (1984). Vocabulario Navarro (edición preparada y ampliada por Ricardo Ollaquindia). Comunidad Foral de Navarra, Departamento de Educación y cultura, Institución Príncipe de Viana, Pamplona.
Jimeno Jurio, J. M. (1986). Toponimia de la Cuenca de Pamplona. Cendea de Cizur. Colección Onomasticon Vasconiae, 1. Euskaltzaindia, Bilbao.
Jimeno Jurio; J. M. (1997). Al airico de mi tierra. Ed. Pamiela, Pamplona.
Jimeno Jurio; J. M. (1997). Navarra. Historia del euskera. Ed Txalaparta, Tafalla.
Mujika Urdangarin, L. M. (2012). Elementos euskéricos en el Vocabulario Navarro. Hiria Liburuak S. L., Bilbao.
Pérez de Laborda, F. (2012). Diccionario del Euskera residual de Valdizarbe.
Anexo 1 - Algunas identificaciones de la figura 6. Izquierda: 1, Nemesio Eslava; 11, Martín Roncal; 13, Felicitas Miral; 14, Vicente San Martín; 17, Mª Jesús Martínez de Irujo; 22, Mª Jesús Ayerra; 25, Ascensión Ayerra; 26, Teresa Roncal; 27, Jesús Eslava?, Ramón Idoate?; 28, Isabel Ibar; 30, Mª Rosario Ayerra; 31, Guadalupe Aristu; 33, Emilia Roncal; 34, Miembro de la familia Loizu; 36, Vicenta Ayerra; 38, Gregoria Ayerra. Derecha arriba: 4, Gregoria Ayerra; 6, Crisantos Loizu; 7, Guadalupe Aristu; 9, Ascensión Ayerra; 13, Familia Loizu; 14, Familia Gambra; 20, Ambrosio Aristu; 21, Emilia Roncal? Derecha abajo: 1, Teodosio Roncal; 2, Crisantos Loizu; 4, Ramón Idoate?, Nemesio Eslava?; 6, Sinforoso Garro; 12, Jesús Zaragüeta?; 14, Martín Roncal; 15, Vicente San Martín; 16, Joaquín Roncal; 17, Pablo Zaragüeta; 20, Ambrosio Aristu; 22, Joaquín Aristu?
Anexo 2 - Breve vocabulario
Ahate: pato, anade.
Area: are, rastra, rastrillo.
Azcarro: de azkar, fuerte, en euskara altonavarro.
Bizcorricos: de bizkor, ágil, vivaracho.
Carricadanza: karrikadantza, sokadantza, pasacalles.
Ciquiñosería: de zikin, sucio, suciedad.
Esparzarro: de espartzar, vecino de la cercana población de Espartza de Galar.
Ezpuenda: de ezponda, talud.
Golde: arado en vasco. En Zizur en las últimas décadas se ha utilizado para denominar solo el arado antiguo (arado romano), a diferencia del brabant y arados modernos.
Kaka-micor: o kaka-pikor, ardi-pikor, escremento de oveja y cabra
Kozkor: duro, en la Cuenca de Pamplona en el sentido de energético, con fuerza, nervio.
Laia: instrumento de labranza.
Lezka: tallo de anea o espadaña, planta acuática (Typha latifolia).
Mizpola: o mizpira, fruto del níspero (Mespilus germanica).
Monso: de moltso, moltxo, grupo, montón.
Mozorro: careta, máscara.
Piporropil: o piperropil, torta típica de fiestas en muchos lugares de Navarra. De piper, pimienta o especia en general y opil torta.
Sarde: horca, horquilla.
Talla: en vasco también sega, instrumento para cortar la hierba; (de ahí el término corriente en la Cuenca de Pamplona Talluntze o Talluntxe, prado apto para el corte de hierba).
Tordancha: de antz, parecido. Ave parecida a un tordo, zorzal.
Txistor: longaniza de freír delgada.
Txogarima: o sugarima, hegabera, avefría (Vanellus vanellus).
Txoloma: paloma zurita (Columba oenas).
Zarrakamalda: especie de hoz fuerte y corta en el extremo de un palo que se utiliza para desbrozar y cortar ramas.
Zendea: palabra vasca de origen latino que hoy designa cada uno de los municipios, formados por varios concejos, de la Cuenca de Pamplona
Ziape: mostaza de campo (Sinapis arvensis).
(Fuentes consultadas para los significados, Hiztegi Batua de Euskaltzaindia/Academia de la Lengua Vasca, Hiztegia Bi Mila, de Kintana y otros autores, Vocabulario Navarro de Iribarren, entre otras. Los criterios ortográficos seguidos, tanto en el texto como en el anexo, han sido respetar la grafía vasca cuando las palabras no han sufrido alteración y, por el contrario, escribirlas de acuerdo con la ortografía romance cuando estas han cambiado o bien aparecen escritas en plural en el texto.)
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