Oteiza y Unamuno, dos tragedias epigonales de la modernidad

Juan ARANA COBOS

Lagundu

Oteiza y Unamuno, dos tragedias epigonales de la modernidad es un texto comparativo entre las dos figuras vascas más importantes en los campos de la filosofía y la estética respectivamente. El libro realiza una aproximación parcial a las concomitancias entre los dos pensadores y tiene entre sus objetivos demostrar que el único filósofo que Jorge Oteiza conoció en profundidad fue Unamuno. Oteiza leyó una multitud de filósofos y ya existen algunos estudios que investigan la relación entre su obra y las de algunos filósofos, como puedan ser Martin Heidegger o el Maestro Eckhart. No obstante, Oteiza no llegó a estudiar a ninguno de ellos con la profundidad con la que trató la obra de Unamuno.

El conocimiento profundo del filósofo bilbaíno influyó de manera determinante en sus inquietudes estéticas y en su obra plástica. En cualquier caso, la investigación se realiza desde un problema metodológico inicial: Oteiza siempre negó influencias directas, con la excepción de Mallarme, Tsaplin y Popova. Por eso, para establecer la relación entre Oteiza y Unamuno es necesario no sólo recorrer los textos del escultor, sino intuir sus omisiones y ausencia de referencias y contrastarlas con su legado inédito. Esta ha sido la labor de investigación que ha liderado el trabajo.

Oteiza y Unamuno, dos tragedias epigonales de la modernidad

Oteiza y Unamuno, dos tragedias epigonales de la modernidad.

Al investigador o conocedor de la obra de Oteiza no le resultará ajena esta aproximación, a sabiendas de que la manía persecutoria y la tendencia a la conspiración y la creación de su propio mito que Oteiza, con su histrionismo desaforado, no dejaba de preconizar, hace muy difícil el estudio del su mundo intelectual. Esa dificultad es la que lleva a algunos investigadores a establecer conexiones con filósofos a los que Oteiza sólo trató de forma tardía, superficial y, en ocasiones, con la única intención de ajustar su obra al contexto de la época —tal es el caso de Heidegger o Sartre—. Es más que probable que debido a ello Oteiza —propenso a escribir profusamente en los márgenes de los libros— no guardase entre sus volúmenes dos de las obras de Unamuno sobre las que más teorizó: El sentimiento trágico de la vida y Cómo se hace una novela, textos fundamentales para comprender al Oteiza más teórico. Otro escrito de vital importancia para entender la relación entre ambos, El Cristo de Velázquez, aunque sí aparece en la biblioteca de Oteiza, carece de anotaciones.

Además, dentro del mundo estético en el que el Oteiza tardío, el escritor del Quousque tandem...! se sentía más cómodo —el de la creación de una estética apropiada para el carácter nacionalista vasco— no era particularmente correcto adherirse sin ambages a la filosofía de En torno al casticismo. Así, para poder hacer uso del legado de Unamuno, Oteiza primero lo desvasquiza (recordemos que en la particular visión de la identidad vasca de Oteiza Velázquez sí es vasco, lo que, obviamente elimina el carácter esencialista de la construcción identitaria vasca) y más tarde reinventa la simbología unamuniana. El propósito es llevar a cabo lo que los noventayochistas intentaron con la idea de España, esto es, en su caso, reconstruir estéticamente la idea del País Vasco y del carácter de los vascos.

Caber resaltar que la lista de noventayochistas vascos es larguísima y que con posterioridad, la intelectualidad vasca del Euzko Pizkunde, con la que el joven Oteiza tuvo relación antes de marchar para América en 1935, quiso proponer una estrategia similar de recuperación identitaria. Oteiza, por tanto, es continuador de estos dos movimientos intelectuales y puede clasificarse entre esa suerte de regeneracionismo vasco que fue Euzko Pizkunde y el noventayochismo español.

Curiosamente el noventayochismo tardío de Oteiza trata de refundarse en ideas o símbolos estéticos que Unamuno había utilizado para definir estética y moralmente a los españoles. Los ejemplos son numerosos y el libro no los abarca todos, sino que se centra en el quijotismo, el paisaje castellano y su “bóveda cóncava del cielo”, transformado en crómlech vasco para Oteiza. También se hacen referencia a otras características comunes entre Oteiza y Unamuno que no están, en principio, relacionadas con la reconstrucción de la identidad nacional. Tal es el caso del arte entendido como sacramento y la creación como agonía. Estos dos temas nacen de dos de las obras fundamentales de Unamuno, su magnum opus Del sentimiento trágico de la vida, y su poema más aclamado, El Cristo de Velázquez. El arte como sacramento es la clave para entender la filosofía de la historia del arte que Oteiza defienda y su desapego por corrientes como el arte Pop, el surrealismo o el dadaísmo, a los que considera productos de una cultura decadente. En El Cristo de Velázquez de Unamuno ya viene esbozada la idea de la transmutación de la obra de arte en objeto sagrado e imagen que da sentido a la existencia superando la muerte. En lo que respecta a la agonía, aunque Oteiza no conservó su volumen de Del sentimiento trágico de la vida, si leyó y anotó La agonía del cristianismo, epílogo de Del sentimiento trágico de la vida. Es a partir de este texto de donde ve más claramente el impacto vital que Unamuno tuvo en Oteiza.

Otra relaciones a resaltar entre los dos creadores y teoría del conocimiento y que nos dejan algunas líneas de investigación con respecto al mundo que Oteiza y Unamuno intuían que se avecinaba, son la idea del saber como un proceso creativo directamente relacionado con impulsos eróticos. Lo que Unamuno considera metaerótica o el conocimiento como un acercamiento apasionado a la realidad, se transforma en la mitología del cazador Acteón en Oteiza. Acteón como desvelador de verdades, como cazador que observa con intenciones de poseerla la desnudez de Diana en su baño ya viene perfilado por un Unamuno que argumentaba insistentemente por el conocimiento vehemente frente al desapasionamiento objetivo del positivismo de su juventud. Tal aproximación al conocimiento inaugura estudios posteriores de la filosofía posmoderna y los entroncan con las filosofías de Sarte y su complejo de Acteón, recogido en El Ser la nada.

Jorge Oteiza y Miguel de Unamuno

Jorge Oteiza y Miguel de Unamuno.

El libro Oteiza y Unamuno: dos tragedias epigonales de la modernidad trata también la derrota escrita de antemano que el destino guarda para creadores que enfrentan su obra a la muerte tratando de superarla. Artistas o filósofos hijos de esa cultura del sacrificio, que tiene sus raíces en la tradición cristiana y que fue omnipresente en la Europa que vivieron Oteiza y Unamuno hasta la primera mitad del siglo veinte, los convierte en víctimas de una tragedia que asola el continente y sus propias biografías.

En resumidas cuentas, Oteiza fue un ávido lector y su biblioteca personal así lo atestigua, pero en lo que se refiere a la filosofía, sólo hubo una influencia indeleble y que duró toda su vida, y esa fue la de su paisano Miguel de Unamuno.

Lagundu

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