Mariano Santa Cruz
MARIANO SANTA CRUZ
Botas
2002 / 02-22 / 03-01
Autor: Antxon Aguirre Sorondo
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 Artesano
 Proceso
 Historia
 Precios


PROCESO

LA BOTA, PASO A PASO

La piel

Hasta los años cincuenta, Mariano Santa Cruz (padre) adquiría pellejos y él mismo los curtía y preparaba para la confección de odres y botas. Pero, por razones de higiene y de rentabilidad dejó de hacerlo y empezó a adquirir el material ya curtido.

Como Mariano, también Marcelino Díaz de Cerio, de Estella (Navarra), fue un veterano botero que en sus días curtía pieles. Él mismo fabricaba su tanín a partir de corteza de encina que cogía preferentemente en el mes de mayo de árboles de leña antes de talar. La dejaba secar al sol y luego la trituraba. Las pieles se metían en agua con este producto entre 40 y 60 días.

En la actualidad, la mayoría de los boteros que quedan en activo compran pieles de cabra ya curtidas a la ya mencionada firma "Moneo" de Covarruvias, que era la misma que, junto con otras tenerías de Estella, Salas y Logroño, surtía a los últimos boteros censados en Bilbao.

Botas y odres deben hacerse con pieles peludas, nunca lanosas. La piel de oveja es, por tanto, inservible aunque hayamos podido ver odres de piel de ternero joven y botas de piel de gato, en cuya confección se han podido entretener algunos boteros.

Más concretamente, se emplea siempre piel de cabra, tanto de macho como de hembra, de jóvenes como de adultos. La piel de los machos sobrepuja en dureza y resistencia, salvo que se trate del macho dominante de la manada, el cabrón, cuya hediondez la hace inservible para el trasiego de líquidos.

Como se sabe, los animales de pelo mudan en primavera y en otoño: el pelo que crece en la estación templada es suave y hermoso, pero por su robustez es el pelo otoñal (un pelo preparado para resistir las inclemencias invernales) el preferible de los boteros. Para eso, el animal se sacrificaba hacia el mes de noviembre y una vez desollado su piel se conservaba en sal. Pero según pasaban los días, al irse pudriendo la materia orgánica, provocaba fetidez. Esto se evitaba sumergiéndola en agua. Los productos químicos de conservación y tratamiento, además de las modernas cámaras frigoríficas, han acabado con los problemas de mantenimiento de las pieles.

Otro tanto cabe decir del provecho que dan los modernos bombos, que girando automáticamente y en seco suplen al ingrato sobado: para eliminar su rigidez y dureza, toda piel recién curtida debía empaparse en agua templada y, haciendo un hatillo con ella, golpearse contra una piedra hasta ablandarla. Este sobado era labor muy pesada, ya que había que sacudir cada pieza al menos 15 minutos. "La piel se ablanda con el sudor de la frente del botero" —afirmaba Santamaría, botero guipuzcoano, en hermosa definición recogida por Juan Garmendia Larrañaga.

Pero no nos extenderemos más en lo que al curtido se refiere, puesto que ya le hemos dedicado un capítulo suficientemente extenso. Sigamos, pues, con el trabajo del botero.

El corte

En rigor, la labor del botero comienza cuando la piel ya curtida está entre sus manos.

La piel curtida con curtientes vegetales presenta pelo por una cara y por la opuesta cuero terso de un color ligeramente marrón por efecto del tanino.

De una misma pieza se sacan botas de diversos tamaños. En el mejor de los casos hasta un total de siete: cuatro de dos litros, dos de litro y medio, y una de litro. Pero lo común es que salgan seis botas por cada piel, habida cuenta que suelen tener pequeños defectos que obligan a desechar alguna parte de la superficie. También cabe la posibilidad de confeccionar una única bota de 20 litros, aunque ello obliga a desperdiciar mucho material (una bota con estas características le fue demandada a Mariano allá por 1980 desde Tarragona).

Las botas se hacen a partir de plantillas de madera fina o de cartón. Santa Cruz las tiene de 50 cl, 75 cl, 1 litro, 1’5, 2 y 3 litros, tal como aparece visiblemente indicado en cada una de ellas. Las de capacidades superiores a 3 litros las hace a ojo, por lo que es fácil que presenten un cierto margen de error que puede llegar hasta los 50 cl por cada 10 litros.

Existen tantos tipos de botas como formas se le ocurra darle al botero, pero las más usuales son las rectas, las curvas y las que Mariano llama de cazador, semejante a un zapato de caballero y por ello muy cómoda de llevar en el monte. La recta y la de cazador, las más habituales, se sacan de una sola pieza que se dobla y cose, mientras que las curvas se confeccionan mediante unión de dos piezas de piel. A primera vista, la plantilla o molde de una bota recta nos recuerda al clásico dibujo de un corazón de enamorado.

Lo primero que hace el botero es poner la piel curtida sobre su gran mesa de trabajo con el cuero a la vista (pelo hacia abajo). Ayudándose de las plantillas y de una tiza, va silueteando sobre la piel el perfil de las dos caras de cada bota. Con unas grandes tijeras tipo sastre procede luego a cortar las piezas, dejando un centímetro de margen respecto de la línea de tiza.

La piel ya está despiezada. Es el momento de esquilar. Sentado en su silla y apoyando el cuero sobre el muslo, con sus tijeras (otros boteros se auxiliaban de una guadaña) el artesano va cortando el pelo pacientemente a la mitad de su largura, de forma escalonada y siempre en el sentido del pelo. Una trasquila defectuosa tendrá efectos muy negativos sobre la bota, ya que la pez no agarrará a las paredes y, por ende, el vino se echará a perder.

Los fabricantes industriales de botas del tipo recta (a partir de un único corte de piel), hacen el esquileo a máquina, de manera uniforme, pero según Mariano ello afecta negativamente a la calidad de la bota. Por otra parte, la esquiladora no sirve para las botas curvas ni para los pellejos, que tienen formas sinuosas y hendiduras donde la piel podría dañarse al contacto de la máquina.

Para su reblandecimiento la piel cortada y esquilada se baña en agua no muy caliente entre 4 y 6 horas. Al salir, se extiende bien sobre la mesa a fin de que desaparezcan todas las arrugas.

Recuérdese que en el primer corte se dejaron unos margénes de cerca de 1 cm. en todo el perímetro. Llegado el momento del refinado o recortado —que es el nombre técnico de este paso—, el botero monta las dos piezas que forman la bota curva, o dobla por la mitad la piel cuando se trata de una bota recta o de cazador, y con las tijeras hace el perfil definitivo de ambas caras.

Hilvanado

Con el pelo hacia el exterior, el cuero se hilvana usando aguja de acero e hilo de bramante (colegas de Mariano hay que lo hacen con lezna). A mano y con puntadas grandes, es ésta una labor intermedia cuya principal finalidad es fijar el plano final de costura, como hacen sastres y modistas.

Es también momento de poner las presillas, tiras de cuero por las que atravesará el clásico cordel rojo para sostener la bota al hombro. Se aprovechan a tal fin las listas sobrantes en el corte de refinado, cosidas en forma de abrazaderas en tres puntos de la costura: dos en el vientre de la bota y una junto a la boca.

Cosido

Para el cosido definitivo de la bota se auxilia el artesano de una máquina eléctrica de coser cuero.

Cuando los pellejos se cosían a mano, previamente había que preparar el hilo de bramante a base de unir cabos de cáñamo (normalmente seis cabos por hilo, pero para pieles gruesas se hacían hilos de hasta ocho cabos), dispuestos en forma escalonada para facilitar su ensarte, retorcidos en la punta y rematados con un pelo de jabalí, cerdo o pita. Todo este hilado se impregnaba de pez, asegurando así su completa resistencia.

En el cosido a máquina se sigue usando hilo de bramante aceitado —si no lo estuviera rompería fácilmente por la tensión—, y se ribetea un cordoncillo blanco de trenza de cáñamo (otros usan algodón) como refuerzo de la costura.

Marcelino, botero estellés antes citado, para coser sujetaba entre las piernas la piel mediante unas grandes pinzas de madera —tabla de guarnicionero— y por seguridad se enfundaba las manos con unos protectores de cuero. Con ayuda de una lezna con mango de madera de boj perforaba un agujero en la piel, por donde pasaba el hilo de coser o trenza, que era un bramante formado por 6 a 8 cabos de cáñamo. Por el lado opuesto metía otro cabo con pelo de jabalí en el extremo que servía de guía (posteriormente se usaba un trozo de pita para este fin). Haciendo un rápido movimiento de muñeca (que algunos boteros llamaban empalillado, derivado de palillos que era el nombre del conjunto de lezna y hembrilla) enroscaba cada trenza, una en la lezna y la otra en la hembrilla (similar a la lezna pero con un agujero en su parte superior por donde entrará la aguja de la lezna), y tiraba con las manos a la vez de ambos lados apretando fuertemente.

Una vez cosida, llega la hora de voltear la bota: o lo que es igual, volverla del revés para que la cara peluda pase al interior y el cuero liso quede en contacto con el exterior. Para este menester el artesano utiliza una técnica singular: con la bota hinchada y bien mojada, y sirviéndose de una vara de madera rematada en "V" (el botanero, de ahí que esta labor se llame "echar botanas"), empuja con fuerza desde la base de la bota hasta que un cabo de cuero asoma por la boca. Engancha esta punta a una correa sujeta en la pared y tira enérgicamente para que la bota se vuelva como un calcetín.

Ahora hay que hincharla con el fuelle a presión hasta su plena dilatación, aprovechando que la piel de cabra puede estirarse o contraerse. Sigue a ésto la labor de moldeado de la bota mediante una serie de golpes sobre una superficie dura para que ensanche, dilate y adopte su forma final.

Después de puesta a secar, algunos artesanos volvían a sobar la bota antes de empegar, que es el nombre técnico de la aplicación de la pez.

La pez

La pez es una sustancia blanda, negruzca y pegajosa que se utiliza como impermeabilizadora interior de las botas.

Se conocen diversos tipos de pez: amarilla (también denominada blanca de Borgoña o de los Vosgos), bastarda, blanca (o pez grasa), blanca rusa, común o rubia, de carbón, de Judea (o pez de montaña, sinónimo de betún de Judea), griega (o colofonia), naval (a partir de varios ingredientes como pez común, sebo de vaca y otros, que se mezclan al fuego), negra y resina.

Los artesanos boteros de antaño fabricaban su propia pez a base de hervir durante 24 horas resina de pino; para "quitarle el mal gusto" algunos le añadían una mezcla de cebolla, ajo y limón.

En nuestros días, para los trabajos de odrería y botería se aplica pez negra, también llamada pez de colador, producto obtenido de la combustión de residuos resinosos como maderas y vegetales, con un rendimiento aproximado del 14 % (dependiendo, claro es, de la materia prima empleada): es decir, que de cada 1.600 kg. de carga se sacan entre 200 y 240 kg. de pez.

La pez negra es un producto sólido pero frágil en estado frío, de superficie lisa con perfiles pardorrojizos, traslúcida, y de escaso pero grato olor. Por sus propiedades impermeabilizantes, de insolubilidad en alcohol, insipidez y de protección del cuero, la pez negra constituye un auxiliar ideal a la labor del botero.

Los Santa Cruz compraban la pez en Quintanar de la Sierra, Soria, y en Huesca, comarcas abundosas en pinos resineros. Como aquella pez les llegaba muy impura, tenían que calentarla y filtrarla antes de usar.

Regularmente visitaban las boterías los peceros o vendedores de pez ofreciendo, en barras o torales de 20 a 25 kg., pez sólida envasada en sacas de arpillera (la arpillera era fácil de despegar, y los restos que dejaba se eliminaban al filtrar).

Hoy se recibe en torales de unos 70 kg., dentro de cajas de cartón con tapas superior e inferior de plástico fáciles de romper para extraer el material.

De vez en cuando llegan hasta Mariano compradores de pez. Con esta sustancia viscosa se entablillan las patas rotas de los animales, se desteta a los terneros (pegando una boina a la ubre por medio de la pez), se cubren granos en las bestias o se hacen injertos en las plantas. En todos los casos ha de tratarse de pez virgen, sin mezclar con aceite u otros elementos.

También servía la pez al calafateado de los barcos, a la impermeabilización de tejados o al revestimiento del fondo de las tinajas de barro para vino (además de evitar filtraciones, daba mayor resistencia a la tina contra los golpes), y con la misma finalidad los heladeros ambulantes aislaban sus recipientes con pez.

Anecdóticamente comenta Mariano que echar pez caliente sobre el enemigo, como se hacía en los castillos medievales, era un acto de extrema crueldad "porque no se conformaban con quemar con agua hirviendo, sino que lo hacían con pez ardiendo que no había forma humana de apagar".

El trasiego de la pez es la parte más sucia del oficio del botero, quien para su manipulación se cubre con un mandil de cuero, que antaño era de arpillera y llegaba a impermeabilizarse de tanta pez y grasa como le caía encima.

Mariano empega sus botas con unos 500 gr. de pez rebajada con aceite comestible, que tiene la virtud de reblandecerla. Para eso, elabora en frío una mezcla de 5 kg. de pez y un litro de aceite, antes de ponerla a calentar en la caldera.

La pez caliente se vierte en la bota por medio de un embudo (el envasador). Acto seguido debe removerse bien el cuero asegurando que la pez se reparta homogéneamente por todo el interior. Cuando parece que ya ha impregnado, se expulsa lo sobrante a fin de que no se formen grumos que pudieran echar la bota a perder.

El botero remoja el nuevo envase en agua caliente y, moldeándolo con las manos, le da su forma definitiva, labor que llama hormar la bota.

El brocal

El brocal es la pieza que hace de boquilla de la bota. De unos 2 cm. de diámetro máximo, tres piezas unidas mediante rosca forman el brocal: el cerco o cuello de la bota, el macho por donde se bebe, y el tapón de cierre que va unido al cuero por un cordoncillo rojo para evitar su pérdida.

Los primitivos brocales eran de madera, luego se aplicó el hueso, a mediados del siglo XX aparecieron los de goma dura, y finalmente los de baquelita, cuya principal ventaja es que son intercambiables e higiénicos.

Para encajar el brocal en su flamante bota, el artesano empieza por mojar la boca de la bota recién empegada. De seguido pone el brocal y lo ata con tres vueltas de hilo de nailon (antes, hilo de cáñamo confeccionado con 6 u 8 cabos empegados). Vuelve entonces a sumergir la bota en una tinaja de agua templada (práctica abandonada, pero muy usual en tiempos pretéritos, era añadir un poco de tanino a este agua) y la hincha de aire. Con esta operación que Mariano bautiza como "sacado del agua", se consigue que la piel se tense y presente un mejor aspecto.

La bota está casi terminada. Sólo queda cepillarla suavemente y dejarla secar. Y, por supuesto, añadir los imprescindibles aderezos: el collarejo o corbata, que es un pedazo de cuero generalmente rojo atado con nailon, bajo el que se esconde la unión del brocal con la boca; y el cordoncillo de algodón rojo por toda la juntera, sostenido con tres trabillas, que nos invita a llevar la bota colgada del hombro.

Finalmente, se lija suavemente para que su tacto resulte grato.

Presentación

Para oscurecer la bota el artesano la baña en vino, y una vez seca la cepilla y afina con una mano de grasa bien extendida. Ha de ser grasa de vaca, fresca y en pequeña cantidad, pues la piel de cabra es porosa y cualquier otro aceite podría penetrar y ablandar la pez. Por otra parte, si la bota no se usa con asiduidad esta grasa se pone canuda (palabra que en la jerga de Mariano es sinónimo de rancia) y acaba por estropear el vino. Empaparla en grasa no es bueno, ni tampoco se recomienda guardarla en lugar húmedo.

Siempre que una bota se deje al natural, sin oscurecer, se le pone el sello de la casa. El de Mariano padre rezaba:

mariano santa cruz
boteria
pintoreria, 18
vitoria

Al entronizarse la figura del Celedón en las fiestas patronales de la Blanca de Vitoria-Gasteiz, Mariano creó un sello con este personaje cuya blusa tinta de negro y de rojo su pañuelo. No obstante, gusta decir a Mariano que no es sólo un homenaje al Celedón vitoriano, sino que representa a todos los caseros. En los sesenta vendía botas con bailaoras flamencas y motivos taurinos al gusto de los turistas, y más recientemente, cuando el Deportivo Alavés subió a primera división de fútbol, vendió cantidad de botas con su escudo. También ofrece con los emblemas del Athlétic de Bilbao y de la Real Sociedad de San Sebastián.

De cualquier modo, como hoy todas las botas son oscuras y en ellas no resalta el sello, en general evita decorarlas.

Comercio de la bota

Mariano confecciona entre 15 y 20 botas al día. La de mayor aceptación es la recta de 1’5 litros, que representa el 50 % de su producción. También tienen buena salida las de 1 y 2 litros.

Ahora se venden más botas que en años precedentes, si bien su función y uso ha cambiado respecto al pasado. Antes la bota era acompañante habitual de los trabajadores en el campo, en las obras y en el taller. De ella se bebía a diario y se cuidaba para que durase mucho tiempo. En la actualidad la bota es accesorio de los excursionistas en sus salidas de esparcimiento, cuando concluye la temporada se la arrincona y, generalmente, se estropea por lo que al año siguiente hay que comprar otra. Aunque también hay quien acude a Mariano con su vieja bota para que la arregle (brocal suelto, bajada de la pez, botana, etc.).

A cada cliente que adquiere una bota, Mariano le da un papelito con las instrucciones para su conservación. Por una cara dice:

Botería M. Santa Cruz
Fundada en 1939
Pintorería, 18
Vitoria-Gasteiz
Botería
Mariano Santa Cruz
Fundada en 1939
Elaboración y reparación
de botas y pellejos
para vino

Y por la opuesta se puede leer:

"BOTAS DE ARTESANIA
Instruccionespara su mejor uso"

La bota está preparada y sobada; contiene en su interior un poco de vino, quitarlo, lavar con agua fría y usar.

Para mantenerla sin usar dejarla con un poco de vino y un poco de aire tumbada".

Aconseja también el botero que a toda bota que no vaya a usarse durante algún tiempo se le saque el aire (aunque no del todo, para que respire) y se vierta media copa de coñac y un chato de vino, que evitará la agrura de la pez. Por el contrario, jamás debe echarse leche, que se corta rápidamente y deja mal olor, ni tampoco agua pues "crea microbios" en el interior. Hecho esto, basta con mantenerla en posición horizontal. Cuando vaya a usarse otra vez se añadirá otro poco de vino con coñac antes de batirlo bien para matar todos los resabios que puedan quedar. Esto de limpiar con vino y coñac se hacía antes en todas las botas antes de usarla, para matar el gusto de la pez. Ahora ya no es necesario pues la calidad de la pez en grande y no produce malos sabores.

A todos los que le preguntan cómo hay que hacer para que el vino de la bota salga bueno, Mariano con su proverbial socarronería les responde: "El secreto está en echarle vino del bueno"; o "Si quieres que te haga buen vino echándole agua, tedrás que pasar por Lourdes".

Bromas al margen, el consejo de oro para que una bota dure en plenas facultades es bien simple: beber de ella habitualmente.

LA FABRICACIÓN DE ODRES

A mediados de los años sesenta la demanda de odres descendió sensiblemente, y los boteros tuvieron que refugiarse en la fabricación y comercio de botas. Actualmente ya sólo se hacen odres por encargo para bares, sociedades y grupos de baile, como los que ejecutan la Zagi-dantza. También recibe Mariano pedidos de odres con ¡ dos, tres y hasta cuatro brocales en la misma pieza !. Extravagancias.

Los odres se fabrican con piel de cabra. Una cabra de 20 kilos de peso en vivo ofrece piel para un odre de 5 a 6 cántaras de capacidad, es decir entre 80 y 96 litros. Aunque Mariano recuerda haber fabricado un odre de 140 litros, capacidades superiores a los 100 litros resultan poco prácticas ya que son difíciles de mover. Cuando el transporte de líquidos se hacía por vía marítima, tren, carros o camión, casi todos los odres eran de entre 25 a 90 litros.

Existen dos tipos de odres: los enterizos y los cosidos. Los primeros (más raros) se confeccionan con una piel entera de animal destripado, sea cabrito o cabra: se cortan las pezuñas y la cabeza del animal y por el cuello abierto se vacían las vísceras.

A los cosidos se les amputa además una de las patas traseras (la derecha generalmente) y, antes de que enfríe, por esta abertura se desentraña. Luego se cierra por medio de hilo, en lo que se llama "coser la pala", operación que da nombre a esta clase de odres. A falta de una pata, el odre cosido se mantiene en pie verticalmente, apoyado y sin caerse.

Para cerrar la boca del pellejo —correspondiente al cuello del animal— la piel se dobla y ata fuertemente con cuerda. Las garrillas son las patas delanteras que servirán como agarre del odre al cargarlo a la espalda, mientras que las ancas se llaman mazas.

Asegura Mariano que cada vez quedan menos matarifes que sepan realizar bien este trabajo, del que depende que una piel sirva o no para la confección del odre.

Otro tipo de odres eran los mosteros (así llamados en La Rioja) u odrinas. Servían para trasegar el mosto desde el lagar a la cuba, y aunque solían tener una capacidad de entre 90 y 100 litros sólo se cargaban hasta la mitad (no por razones de peso sino también porque se adaptaba mejor a la espalda del portador). Una vez terminada la viña, esos pellejos se devolvían a fábrica para su curtimiento.

Por su valor como aportación al tema, traemos aquí la interesante descripción del fabricado del pellejo publicada por nuestro amigo y maestro Juan Garmendia Larrañaga, tal y como lo recogió en la botería de Marcelino Santamaría, en Ordizia (Guipúzcoa), hace más de treinta años.

El matadero local suministraba a este artesano las pieles crudas. Bien desplegadas, las dejaba durante unos 30 días separadas por capas de medio kilo de sal, removiéndolas cada cinco días (o menos, dependiendo de la temperatura ambiente).

Antes de proceder a su curtido, la pieza se limpiaba y se efectuaba el primer labrado: es decir, se pasaba la guadaña sobre la piel para retirar los fragmentos de carne adheridos.

Procedía entonces el odrero a coser la apertura de la maza cortada con el pelo hacia el interior (al revés que las botas, en que el cosido se hace con la piel hacia fuera).

Para curtir sumergía cada pieza en un recipiente con agua y extracto de corteza de encina entre 30 y 45 días (dependiendo también de la climatología, la clase de piel y la calidad y cantidad del tanino). La regla del botero era meter la piel para un pellejo de 80 litros en 4 litros de agua con 4 kilos de tanino. Durante esos días el artesano, tres o cuatro veces al día, remueve la piel para que en todas las partes de pieza actúe el tanino.

Al pasar el tiempo indicado se saca y se limpia con agua y se realiza un segundo labrado con la guadaña. Para facilitar esta labor se hinchaba el odre y solía recubrirse antes la piel con una capa de yeso que evita que resbale y facilita el agarre. Luego se embadurna con aceite y se cuelga para que seque, siempre a la sombra a fin de que no le dañe el sol.

Terminado el curtido y bien limpio, se procederá al esquilado de la pieza. A ese fin se le da la vuelta para que el pelo quede hacia fuera y, sujetando el odre entre las piernas y con ayuda de unas grandes tijeras tipo sastre, se corta el pelo. Tras retirar con agua los residuos que queden sueltos, se le da la vuelta, se hincha y se deja a secar.

Una vez seco procede el artesano a sobarlo, golpeándolo sobre una piedra para ablandar las fibras. Sobado ya, conviene aclarar su interior con agua para que las costuras se dilaten favoreciendo la estanqueidad. Se pasará entonces al proceso de empegardo, al igual que ocurre con las botas. Para una hipotética piel de 80 litros de capacidad se necesitarán unos cinco kilos de pez.

Los odres se suministraban aplastados en fardos, de manera que al recibirlos había que dejarlos una noche a la intemperie para que con la humedad se ablandase la pez, y luego hincharlos de aire con el fuelle.

En general, los pellejos que no estaban en uso se almacenaban y cuando había que volver a utilizarlos hacían "botería" con ellos, es decir, se llevaban de nuevo al botero para que los hinchara, raspara con un dalle, aplicara una mano de grasa y repintara las iniciales que identificaban a su propietario. Mariano Santa Cruz grababa "I.P." en los de Ignacio Presa, a los de Victoriano Múgica les ponía "V. Múgica", y "D.H." a Díaz Hermanos, junto con una pequeña cruz. A los odres de vino blanco, que eran más pequeños, se les añadía bajo la cruz un círculo para distinguirlos.

Los citados clientes Díaz Hermanos, alaveses, suministraban vino en casi toda la ruta guipuzcoana entre Salinas de Léniz (Leintz-Gatzaga) y Donostia-San Sebastián, para lo que disponían de unos 5.000 pellejos. Ignacio Presa y Victoriano Múgica de Ilarraza tenían unos 1.500 pellejos.

En estos odres destinados al transporte las patas se cosían y quedaba libre el cuello para llenar y vaciar por allí el líquido; se cerraba doblando el cuello y asegurando con una cuerda. Pero de tanto cerrar y abrir se llegaba a cortar la piel y ello obligaba a repararlo.

También había odres para beber directamente, a los que se aplicaba en una de las patas un brocal. También había un sistema de brocal de madera para los odres llamado "de copa": en este caso para beber había que meter una espita de madera y apretar el odre, y el vino subía formando un chorrito, como en las fuentes de agua de los parques.

Además, el botero debía ocuparse de reparar los pellejos deteriorados, trabajo penoso y poco rentable. Las reparaciones de los odres, aparte de parchear los agujeros, componer las roturas en la boca de tanto soltar y atar con cuerda, desgastes en las garrillas, etc. solían ser de tres clases:

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