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El documento visual heredado y la orla de la tradición

Cuán frágil es el hilo que sustenta el monopolio del pasado y qué fina es la línea que delimita y preserva, a duras penas, el mantenimiento de la tradición, entendida ésta como un conjunto de elementos de una imaginada antigüedad, ante los desafiantes retos tecnológicos y continuas alteraciones de la modernidad.

Adjudicamos a una parte de lo que está a nuestro alrededor y cercano, la etiqueta de producto de la transmisión generacional propia, y como tal debe ser entendida: un proceso que exige una necesidad de puesta en escena. Es decir, ideas que convergen hoy en día como lo fueron, probablemente hace ya mucho tiempo, por necesidades del guión mental autóctono.

Pero ¿qué entendemos cada uno cuando empleamos el término “tradición”?

Curiosamente existen muchas respuestas que, aunque en el fondo confluyan, a simple vista, parecen si no discordantes, sí algo contradictorias.

“¿La tradición?, eso (es) de siempre... de toda la vida”. ¿De qué vida? —nos preguntaremos— de forma coherente. Ni más ni menos, que de la propia de cada uno/a y de la del resto de relaciones humanas: tanto horizontales, como de procedencia antecesora. Quizá sea complejo el buscar, y acertar, con la idoneidad metafísica de cada pensamiento pero, la verdad, un estudio del caso no se ha realizado hasta ahora, al igual que otros muchos.

El recuerdo que se mantiene en nuestro interior provoca un error en el tiempo. Mientras nos obliga a defender, aunque en esto también hay diferencia entre unos y otros, un pasado mantenido fiel y vivo en el recuerdo, la verdad, en un amplio espectro, es que no es así. No llegamos a captar el cambio, manteniendo la irrefutable generosidad de nuestro cerebro, como si de algo especial, al margen del resto del cuerpo, no envejeciera y, por lo tanto, no modificara nuestra, entre otras cosas, visión espacial.

La importancia de dicho proceder se apoya en la forma de revivir en ciertos momentos, a ser posible, con imágenes que confirmen el recuerdo, desfasado o memorizado continuamente, para que no se produzca una inevitable pérdida.

Y ¿qué nos queda de ese pasado? Pues aspectos tan distantes como las palabras y testimonios recogidos en ciertos momentos de la historia, los textos esgrimidos en publicaciones y los documentos, que no han sucumbido a guerras y expoliaciones, celosamente guardados en archivos, pero ¿cuál es la memoria reinante y física? Exactamente... la visual, mediante un soporte inventado hacia 1839, la fotografía, siendo posteriormente, también en dicho siglo XIX, el cine y, bien mediado el XX, el vídeo.

Bolantak de Luzaide (Nafarroa) en plena actuación

Bolantak de Luzaide (Nafarroa) en plena actuación.

La fotografía, desde sus inicios, fue utilizada para diferentes disciplinas. Entre ellas, la Antropología, como así lo demuestran las imágenes de nativos, en ciertas ocasiones posando, utilizadas con fines científicos, pedagógicos, turísticos, policiales, etc. Aspectos de base coincidentes con muchas de las utilidades de hoy en día y su uso con fines divulgativos y publicitarios, a lo que cabría añadir el propósito del archivo de imágenes de seres cercanos, variable según edad en vida.

Pero desde aquellos primeros pasos hasta el día de hoy, dejando al margen los grandes cambios técnicos y tecnológicos, y no desde la concepción básica de la entrada de luz por una caja de un material pesado y el correspondiente proceso posterior de emulsión de la película, han surgido movimientos, clubes, etc., que se llevan creando y solapando con diferentes visiones.

Nos ceñiremos, en lo que a mi ámbito corresponde, a la utilización de la fotografía como documento visual de momentos precisos de celebraciones festivas, o no, en interiores y exteriores relativos a cada unos de los actos y actividades ligadas a la tradición. Si bien algunos antropólogos como F. Boas, B. Malinowski, G. Bateson o C. Lévi-Strauss, de forma directa o indirecta la utilizaron, en gran medida fue un complemento y apoyo poco utilizado en sus publicaciones. De hecho, este arrinconamiento ha provocado la existencia muy posterior de lo que es conocido por Antropología Visual (Visual Anthropology) o Etnografía Visual.

Sin duda, este país no ha contado a lo largo de su historia con colecciones exquisitas que nos demuestren muchos de los elementos, objetos, actividades, etc. de otros momentos del pasado, como si de una alfombra mágica que nos trasladara fugazmente por el tiempo se tratara. Es más, los ejemplos son contados. Quizá esa falta de material o, por decirlo de otra forma, la precariedad del documento visual, nos conduce a valorar más si cabe lo poco que tenemos, lo cual también desconocemos a nivel general. Además, aquí debemos tener en cuenta que, al igual que ha sucedido en otros lugares, la escasez de tales materiales provoca el elevar el rango histórico-etnográfico de cada imagen por encima de la calidad simple o artística.

Fabricación de un rastrillo. Donostia, 1969

Fabricación de un rastrillo. Donostia, 1969.

Tanto el hecho de existir pequeñas colecciones de fotógrafos individuales, de principios del siglo XX, en el caso de Euskal Herria y por proximidad, Indalecio Ojanguren, Eulalia Abaitua Allende-Salazar, Foto Lux, Enrique Guinea, José Roldán, Hauser y Menet, edit. du Magasin, Tiburcio Berrotaran, Marcel Delboy, Galarza y González, Erguy, Etcheberrigaray, Philippe Veyrin, Gallo, L. Roisin, o Felipe Manterola, entre otros, que se dedicaron a fotografiar, además de arquitectura, paisajes y ciudades, al ser humano en sus diversas manifestaciones, como la escasa valía a nivel institucional, provoca sarpullido y, cuando menos, una clara desgana por su clasificación e inventariado sistemático, serio y correcto. De esto me he podido percatar en más de un archivo.

No obstante, no quisiera finalizar estas pocas líneas sin hacer una llamada en busca del cambio de actitud y desinterés mostrados hacia esa parte de nuestro Patrimonio Cultural Documental, defendido y materializado por escrito en determinadas leyes, sin embargo vilipendiado y olvidado por esas mismas instituciones que se declaran a favor del mismo. Los fondos fotográficos, y ciertas colecciones, llevan siendo conservados con mayor o menor fortuna. Se hace necesario por un lado la concreción espacial, por otro la aglutinación física.

La inexistencia de una política preservacional y de todo un proceso que debiera generar una metodología no es más que la punta del iceberg del descuido. Nos acordamos del objeto cuando ha desaparecido o destruido y, como no, en casos puntuales de necesidad. Se puede estar de acuerdo en lo delimitado del material y en el vasto trabajo a realizar pero también en obtener unas finalidades que agradecería el campo cultural, muchas veces determinado por los errores, no solo de filosofía, sino también por los concernientes al origen, significado, concepto y trasfondo de las imágenes.

La pequeña, pero para nosotros valiosa “memoria gráfica” que contiene la memoria virtual del pasado y presente, debe tener una mayor presencia y hueco en la Cultura y, al mismo tiempo, debe servir como soporte básico de estudio, análisis y fundamento del conocimiento. Lo mismo equivale, en menor grado pero no por ello invisible, en cuanto a las imágenes mudas o sonoras, en movimiento.

Tradición actualizada y documento visual, hoy en día, son uno. Esto es observable en cualquier medio de comunicación y con un amplio abanico de posibilidades: desde un diario, pasando por un documental y finalizando con una página web. Tanto es así que, esta facilidad en la obtención de material, por la ingente cantidad existente, ha convertido en un obstáculo el efectuar una criba en beneficio de la calidad. No podemos permitir, desde la seriedad de un trabajo metodológico, que se siga funcionando con niveles relativamente bajos para presentar documentos que pueden adquirir, a lo largo del tiempo, una relativa importancia histórica.

Referencias de las fotografías a incorporar del fondo de Euskomedia:

1) Bolantak de Luzaide/Valcarlos (Navarra). Foto de Gregorio Pérez anterior a 1945. Ref. José María Iribarren, Estampas del folklore navarro.

2) Fabricación de Rastrillos. Exposición de Artesanía Viviente, Donostia-San Sebastián, 1969. Fot. Garikoitz Estornés Zubizarreta

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