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Iñaki KASARES, Miembro de Gizon Ekimena
Patriarcado, machismo, sexismo... la dominación del hombre sobre la mujer es algo que viene de antiguo, aunque seguramente no es “de siempre”, ya que los distintos vestigios arqueológicos, paleoantropológicos y paleolingüísticos nos permiten suponer que los seres humanos hemos tenido anteriormente otros modelos sociales distintos, en los que las mujeres, lejos de estar sometidas, gozaban de gran prestigio y constituían el eje de las relaciones sociales. Euskal Herria es una de esas zonas de Europa en las que ese modelo habría estado vigente durante miles de años, según nos dicen Gimbutas y otros investigadores. De todos modos, desde hace ya algunos siglos también en nuestra sociedad prima el patriarcado, adaptado a las condiciones del país, pero patriarcado al fin y al cabo.
La lucha de la mujer contra la discriminación que sufre también viene de antiguo. Como sabemos, ya en la época de la Revolución Francesa, algunas mujeres lucharon para que en la nueva república fueran reconocidos y respetados los derechos de la mujer, pero los revolucionarios varones de entonces rechazaron esa reivindicación. Desde entonces no han sido pocos los intentos de la mujer por conquistar su libertad, teniendo que enfrentarse casi siempre a la actitud pasiva o, en la mayoría de las ocasiones, activa de los hombres.
Sin embargo, es evidente que esos esfuerzos están dando sus frutos. Las mujeres se están sacudiendo el absurdo yugo impuesto por el patriarcado y están conquistando progresivamente nuevos ámbitos sociales. Sin embargo, aún quedan grandes problemas por resolver, como por ejemplo el de la violencia machista.
Según dicen algunos, la violencia es un problema del hombre que sufren las mujeres. No estoy totalmente de acuerdo con eso, pero está bastante cerca de la realidad, ya que es absolutamente cierto que es un problema que tenemos los hombres y que a los hombres nos corresponde realizar el esfuerzo de terminar con él.
Foto: SpaceShoe.
Pero, ¿qué podemos hacer los hombres para poner fin a la violencia contra las mujeres? No existe ninguna varita mágica, por supuesto, o al menos yo no la conozco ni tampoco veo a mí alrededor nada por el estilo. Pero al hilo de la experiencia acumulada durante estos años, se me ocurren varias cosas que se podrían llevar a cabo y otras que convendría dejar de lado.
Lo primero que tenemos que hacer los hombres es, en mi opinión, aceptar que el problema de la violencia es nuestro, no de las mujeres, ni de algunos hombres violentos ni de nadie más. Es de todos los hombres. Y no porque los hombres seamos por naturaleza “malos”, “violentos” o merecedores de cualquier otro calificativo negativo de los que se reflejan en los tópicos, no. Es de todos nosotros porque a todos los hombres nos han educado en la violencia, con violencia y para la violencia. El problema no es de algunos hombres enfermos, ni de algunas mujeres, ni de algunas familias. El problema no es solo de algunos individuos o colectivos. Es un problema social, estructural. Todos los hombres tenemos dentro ese “virus” de la violencia en mayor o menor medida y todos tenemos la necesidad de “curarnos” (¡qué palabra más bonita y adecuada!).
Dicho esto, creo que la aportación de los hombres debe ir por otros derroteros: el análisis de la violencia machista desde una perspectiva masculina, la acción contra el machismo general y estructural, el impulso del cambio personal en los hombres y la sensibilización, concienciación y denuncia contra la violencia machista.
Respecto a lo primero, los hombres debemos analizar en qué consiste la violencia machista: estudiarla, comprenderla, contextualizarla, identificarla exactamente y definirla. Debemos realizar una lectura de la violencia machista desde una perspectiva masculina: en qué consiste para nosotros ese tipo de violencia, cómo la hemos vivido y la vivimos y qué relación hemos tenido y tenemos con ella. Hasta ahora, han sido las mujeres las que han realizado todo esto, y eso está bien. La mujer ha sido pionera y acicate del hombre en todo este tema y aún hoy nos ayuda muchas veces a darnos cuenta de la gravedad de la situación y a asumir nuestra responsabilidad. Pero los hombres también debemos llevar a cabo nuestra tarea y, además, sin seguidismos. Seguramente, la lectura de los hombres no será totalmente igual a la de las mujeres, ya que en este partido unos y otras juegan en puestos distintos, pero me fío de la madurez de las personas favorables a la igualdad y estoy seguro de que podremos gestionar adecuada y solidariamente los desacuerdos y conflictos que pudieran surgir.
Dicho esto, me gustaría aportar algunos detalles propios sobre la violencia machista, que creo que pueden servir para esclarecer mi posición ante esta cuestión. Para mi, la violencia machista no es necesariamente física, ya que existen otras formas de malos tratos (amenazas, insultos, humillaciones, burlas... en contra de la dignidad de las personas que son con frecuencia sumamente duras y que pueden acarrear graves consecuencias para el bienestar del ser humano). No es machista toda violencia masculina, es decir, algunas formas de violencia utilizadas por los hombres no tienen que ver con el machismo. El objetivo de la violencia machista no es siempre la mujer, ya que a veces (y, además, no pocas veces) las víctimas son niños u otros hombres. No toda violencia machista es ejercida por el hombre, ya que a veces son las mujeres las que la ejercen, bien contra otra mujer, bien contra un hombre o bien contra un niño. Finalmente, la violencia machista es de género, no de sexo, y algunas de sus características son la dominación y el logro o la perpetuación de una posición de supremacía sobre otras/s personas, de forma que quien ejerce el papel de agente somete y, de alguna manera, deshumaniza a quien ejerce el papel de víctima.
Creo que, para terminar con la violencia machista, hay que acabar antes con el propio machismo. Quiero decir que no podemos ir contra la primera y dejar tal cual el segundo, no nos engañemos. La violencia machista es la característica fundamental y natural del machismo. No podría existir machismo sin violencia (o sin amenaza de violencia), y, al mismo tiempo, en la medida en que no erradiquemos totalmente el machismo en la sociedad, será absolutamente imposible terminar con la violencia machista. El machismo proporciona el disfraz ideológico a la violencia machista, y esta el soporte material a aquel. A fin de cuentas, estamos hablando de dos elementos que se alimentan mutuamente: El machismo alimenta la violencia machista y esta el machismo.
Pero tenemos que tener en cuenta que el machismo actualmente está muy enraizado en nuestra sociedad, con frecuencia o casi siempre escondido, disfrazado o disimulado. El machismo no se limita a discriminar a la mujer. El machismo tiene mucho que ver con la condición de dominador y dominada, ya que el fundamento de los valores machistas aparece frecuentemente con bastante claridad en el sistema socioeconómico (el capitalismo, por sus valores, es totalmente machista), en las relaciones internacionales (el imperialismo, el neocolonialismo... están llenos de valores machistas), en el mundo del deporte (¿has visto los anuncios del mundial de fútbol?), en el mundo del trabajo, en la escuela, en la familia... Desde el movimiento masculino tenemos que llevar a cabo una tarea constante y pedagógica de sensibilización, de concienciación y de denuncia para conseguir desenmascarar y erradicar el machismo.
Además de este trabajo cara a la sociedad y con carácter complementario al mismo, los hombres tenemos que cambiarnos a nosotros mismos, identificar y desafiar el machismo que llevamos en lo más hondo de nosotros mismos, modificar las posiciones y las conductas basadas en el machismo. Tenemos que tomar conciencia de esas actitudes que nos parecen tan normales de aislamiento, competitividad, productivismo, arrinconamiento de las emociones, constante racionalismo, altanería, necesidad de destacar, dureza, incomunicación, ceño fruncido, tener que drogarse para no sentir (sea con alcohol, sea con cualquier otra sustancia o acción), misoginia... y empezar a sustituirlas poco a poco por solidaridad, cooperación, proximidad, protección, reconciliación con los sentimientos, alegría de vivir, aprender a delegar, compartir... Algunos llaman a eso búsqueda de un nuevo modelo de masculinidad; yo prefiero decir que los hombres necesitamos rehumanizarnos. Dejando aparte los detalles semánticos, uno de los principales desafíos a los que nos hemos de enfrentar los hombres es el de nuestra propia transformación personal, para la cual el trabajo, la ayuda y el apoyo colectivos pueden ser unos medios adecuados y enriquecedores, puesto que no se puede levar a cabo esta transformación en la más absoluta soledad e individualismo, ya que se trata de un trabajo personal y colectivo. No es una labor que se pueda realizar de un día para otro, pero es hermosa y nos ayudará a vivir mejor (atención, no es lo mismo vivir mejor que vivir cómodamente).
Foto: Self-portrait_Girl.
Además quiero resaltar la importancia de la gestión de las emociones, por su relación con el final de la violencia. Una de las partes fundamentales de la educación machista de los hombres es su alejamiento del mundo de las emociones, y ese analfabetismo emocional provoca que no se sepan gobernar adecuadamente las situaciones emocionales difíciles. Si a eso le añadimos la legitimación de la violencia que nos impone el machismo, entenderemos por qué en ese tipo de situaciones es más fácil actuar violentamente. La alfabetización emocional interna que conlleva esa transformación personal de los hombres ayuda enormemente a reducir las respuestas violentas.
Por otro lado, creo que es necesario realizar una reflexión sobre las dinámicas sociales que se producen en contra de la violencia machista. Hasta ahora nos hemos limitado casi únicamente a denunciar la violencia contras las mujeres. Pero, además, debemos interiorizar la importancia y las especificidades de dicha violencia y, por supuesto, dedicarle una atención especial. Asimismo, debemos hacer caso también a las otras formas de violencia machista (contra los niños y los demás hombres).
También debemos cuidar atentamente el discurso de denuncia. Frecuentemente, en la denuncia se generaliza un discurso favorable a la represión, al castigo y a la discriminación. No estoy de acuerdo con ese punto de vista. Puedo entender que, fruto del calentamiento y la rabia que se producen después de un asesinato, una violación u otro tipo de agresión, se pueda pedir venganza, pero no creo que eso sea efectivo (ya que la represión nunca ha solucionado ningún problema social, que yo sepa) ni que sea justo, ya que la persona que actúa violentamente lo hace en función del condicionamiento recibido, esto es, no ha nacido machista, sino que lo hemos hecho así. Culpabilizar al agresor, además, individualiza lo que es un problema social, y nos aleja de las soluciones sociales.1 Esto no quiere decir, por supuesto, que a quien haya agredido no haya que exigirle todas sus responsabilidades por lo que ha hecho (ya que en mi opinión, culpa y responsabilidad son distintas) y que no haya que priorizar siempre la garantía de protección a la persona que viva amenazada.
En lo que respecta a las movilizaciones, me preocupa que estemos cayendo en el activismo y en la ritualización. Parece que nos estemos acostumbrando a movilizarnos solo cuando ocurre un asesinato y, en gran medida, como consecuencia del impulso de los mass-media y de las instituciones. Creo que actuando de esa manera estamos reforzando el vínculo entre violencia y agresión muy grave, mientras que quitamos importancia a los demás malos tratos, aun cuando sean estos los más numerosos y los primeros peldaños de la escalera.
Para finalizar, me gustaría alabar el impulso del buen trato como forma de luchar contra la violencia y los malos tratos machistas. Creo que esta puede ser una de las iniciativas claves en la actuación contra el machismo y la violencia machista, ya que fomentar el buen trato entre hombres y mujeres (y entre hombres, y entre mujeres, y de cada cual consigo mismo, etc.) es mucho más efectivo, más profundo, más integrador, más motivador y más conveniente que denunciar los malos tratos.2 Estoy absolutamente convencido de que este es nuestro próximo y hermoso desafío.
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