Félix LUENGO TEIXIDOR, UPV-EHU
Cuando, el 8 de septiembre de 1813, autoridades y prohombres donostiarras reunidos en Zubieta, decidieron su reconstrucción, en San Sebastián, el fuego provocado por los ejércitos anglo-portugueses que habían asaltado la ciudad el 31 de agosto, todavía humeaba. Había dejado tan sólo en pie una treintena de casas. Salvo las iglesias, buena parte de las murallas y esos pocos edificios de la antigua calle de la Trinidad, y algunas casucas adosadas a la muralla, todo lo demás, en torno a unas 550 viviendas, había quedado arrasado.
Se hizo necesario volver a levantar la ciudad. Pero no fue una tarea fácil. Fueron precisas muchas discusiones, tuvieron que resolverse muchas dificultades económicas y tuvieron que superarse muchos contratiempos y conflictos antes de que la reconstrucción fuera una realidad. Entre tanto, algunos proyectos fueron quedando en el camino.
Personaje clave en todo el proceso fue el arquitecto y militar Pedro Manuel de Ugartemendía, a quien la Junta de Obras creada por el ayuntamiento donostiarra para toda la gestión de la reconstrucción, puso al frente de las obras. De ideas avanzadas y conocedor de las nuevas teorías sobre urbanismo, salud e higiene que en las décadas siguientes acabaron imponiéndose en toda Europa, Ugartemendía inició sus trabajos elaborando un detallado informe sobre la situación de la ciudad antes y después del incendio. En sus conclusiones, advirtió de las pésimas condiciones urbanas de la ciudad destruida, criticando la estrechez y sinuosidad de sus calles y edificios, sus pésimas conexiones con el puerto y los problemas de la humedad, por el descontrol de las aguas pluviales. Por eso su propuesta fue la de levantar un nuevo plano para la ciudad que mejorara la habitabilidad y las condiciones sanitarias.
Fig. 1. Primer proyecto de reconstrucción de San Sebastián, obra del arquitecto Pedro Manuel de Ugartemendia en 1814.
Nació así su primer proyecto para la reconstrucción de San Sebastián, un plano (fig. 1) que presentó en mayo de 1814, y que, de haberse construido, hubiera sido un modelo urbano pionero, no sólo en España sino en toda Europa, de aplicación de esas nuevas teorías sobre urbanismo e higiene: un plano ortogonal, de calles y ángulos rectos, igualitario en la superficie de las viviendas, todas con doble ventilación gracias a la apertura de amplios patios, y con una original plaza octogonal, como lugar de encuentro. Pero el proyecto no gustó al ayuntamiento. La presión de los propietarios de los solares, que en ese nuevo trazado no reconocían sus dominios, y que criticaban la supuesta “grandiosidad” de la propuesta del arquitecto, echó abajo la iniciativa. Desde la R. Academia de Bellas Artes San Fernando, que era la encargada de dar el visto bueno a todas las modificaciones urbanas, se exigió al arquitecto replantear el proyecto buscando un mayor acuerdo con propietarios y ayuntamiento.
Se abrió entonces un largo período de discusiones, que se fueron concretando en dos posturas enfrentadas. Por un lado aquellos que defendían, con Ugartemendía, —ayudado ahora por la colaboración de otro arquitecto guipuzcoano, Alejo de Miranda—, al frente, que era necesario emprender una reforma general de la ciudad para corregir sus defectos y mejorar su trama urbana; y los que, encabezados por los grandes propietarios, con el apoyo del ayuntamiento, preferían reconstruir la ciudad según su antiguo plano, con sólo alguna ligera alineación de algunas de sus calles más sinuosas.
Para intentar avanzar en su propuesta, Ugartemendia y Miranda presentaron, en abril de 1815, un nuevo proyecto, menos novedoso que la primera propuesta, dado que respetaba mejor el trazado de la antigua ciudad y dejaba su centro neurálgico, la plaza Nueva, sin modificar, pero que mantenía su filosofía urbana e higiénica: plano ortogonal y simétrico, de calles y ángulos rectos, casas con doble ventilación y patios; además de mejorar la conexión con el puerto gracias a la apertura de nuevas calles (fig. 2).
Fig. 2. Ugartemendia y Miranda presentaron, en abril de 1815, un nuevo proyecto, menos novedoso que la primera propuesta, dado que respetaba mejor el trazado de la antigua ciudad.
Pero tampoco esa propuesta gustó a los propietarios, que siguieron presionando en favor de reedificar la ciudad según su antiguo trazado. En diciembre de 1815, y pese a un informe de la Academia de San Fernando favorable a los planos de los arquitectos, el Consejo de Estado, aludiendo a las mayores facilidades económicas que aventuraba la disposición de los propietarios, decidió, finalmente, desechar definitivamente el proyecto de los arquitectos.
Los dos proyectos pioneros propuestos para mejorar la trama urbana de la ciudad fueron rechazados. San Sebastián iba a volver a reconstruirse tal como fue antes de su incendio. Sin embargo, la resolución del Consejo había dejado abierta la puerta a posibles modificaciones del plano, siempre que así se considerara por la Junta de Obras y el ayuntamiento. Y eso fue lo que aprovechó Ugartemendía, que pese al fracaso de sus propuestas siguió al frente de la dirección de las obras, para ir proponiendo y ejecutando algunas de las mejoras que consideró más necesarias. Lo hizo por una doble vía. Por un lado mediante la redacción de unas rígidas y muy detalladas ordenanzas de edificación, con las que se aseguró imponer sus criterios estéticos sobre simetría y regularidad, sobre todo en las fachadas, además de asegurar una buena calidad de la construcción en materiales y estructuras. Y por otro, y de forma mucho más precisa, fue consiguiendo aprobar importantes modificaciones del plano, —cierre de callejones, alineamiento de calles y ángulos, apertura de nuevas arterias— con lo que logró que muchas de sus propuestas iniciales —por ejemplo la de lograr una mejor conexión entre el puerto y el centro de la ciudad con la apertura de la calle Puerto— se hicieran realidad.
Fig. 3. Plano de la ciudad en 1813, antes del incendio, y el de 1817 con las modificaciones.
Si comparamos el plano de la ciudad en 1813, antes del incendio, con el trazado en diciembre de 1817 con las modificaciones ya introducidas (fig. 3) podemos comprobar que los cambios introducidos por Ugartemendía fueron, sin duda importantes.
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